martes, 30 de noviembre de 2010

pero mira que la lluvia

pero mira que la lluvia
se esconde y yo te digo
déjalo estar
allí donde
no nos vea
ni el animal muerto ni la sangre
esa que se pierde en la neblina
en el aceite de los páramos ocultos
desgastados como losas de zapato

porque correr y mirar es lo mismo
y es lo mismo conseguir la estrella del norte
que conseguir el corazón del sur
o el templo o la torre desventrada
(porque has sacado su vientre: no lo olvides)
y para que yo siga corriendo
es necesario que el mar destruya sus límites
y que se incendien los ojos del desierto antiguo
como nadie que se va muriendo y vive o duerme o grita
el sonido la pared es una tarde gris la lluvia que deshace los lugares

y yo vuelvo por donde vine
y sabes que me marcho y que me digo la hora y que me siembro tu rostro
y la tinta que se extiende desde el vino no ha dormido esta noche contigo
el abrigo del invierno y el café en las tabernas donde descansa el polvo
los sillones de tu casa viejos y de cuero y de mirada que se cubre

los días pasan y pesan porque pasar y pesar es lo mismo
camino por la flecha de tu vientre y por la tumba de los héroes extinguidos
te entrego las llaves del mar
quiero comerte el cuerpo
devorarte entera como a un hueso
y que la médula me dé tu alma

y pobre la luz que está temblando de miedo
la poesía se ha muerto de tanto nombrarla
esto es el principio de una resurrección
las palabras salen de la cama
y me dan un puñetazo en el estómago
y una tráquea de diamantes es el límite del sueño
el grifo está abierto y la ciudad corre a lo lejos como un ángel
Joyce Mansour estaba aquí tendida sobre la playa
y la penetración era un cuadro de Dalí
los caballos-carreteras-madrugaddas
y el delirio insomne de los ojos fatales

no puedo decir más que este arpa
o guitarra de la tierra escondida
penetro sus raíces y me tiendo en su espesura
que es un bosque en la otra cara del mundo
rostro o casa o lugar
lo mismo desde entonces
desde que los hombres inventaron esta tribu
y el adelgazado rumor de los sauces en el invierno más congelado del invierno
en el adverbio más antiguo del invierno
del invierno
del invierno
del invierno
del invierno
del invierno
del llanto…


29-11-2010
Autor: Luis Llorente en crisis poética

lunes, 29 de noviembre de 2010

DESTIEMPO

Nuestro entusiasmo alentaba a estos días que corren
entre la multitud de la igualdad de los días.
Nuestra debilidad cifraba en ellos
nuestra última esperanza.
Pensábamos y el tiempo que no tendría precio
se nos iba pasando pobremente
y estos son, pues, los años venideros.

Todo lo íbamos a resolver ahora.
Teníamos la vida por delante.
Lo mejor era no precipitarse.


Enrique Lihn

FLOR DE LOTO

http://www.youtube.com/watch?v=Odf7Sp9WcAk

Héroes del silencio

Tema: Flor de loto
Álbum: El espíritu del vino (1993)

viernes, 26 de noviembre de 2010

DE LO BUENO LO MALO

                                 Sólo así podía conseguirse que la voz por un lado
                                 y la imagen por otro adquirieran, cada una, un valor autónomo.

                                                                                        Xavier Rubert de Ventós

Es una habitación.
Es una habitación desangelada, sola, una habitación en llamas
que se propaga, que quema al fuego, que apaga el agua,
es la habitación del crimen, una charca de motel
con nombre de diosa en la A-62.
Fango entre los dientes.
Es allí donde follan las prostitutas, las mujeres, las hermanas,
las hijas y las novias despechadas o a punto de despechar.
Y es el lugar más hermoso del mundo.
Y es el lugar más solitario del mundo.

Y tienen las cortinas manchas de semen verde,
y pintalabios, y debajo del armario vacío hay una nota de suicidio
que nadie leyó jamás, menos el interesado.

Y eso sirvió de poco.

Es un espacio sin trincheras, es un espacio que nada tiene que ver
con la libertad, con los padres de la patria,
con las cosas que nos hicieron estudiar los curas y los huesos de las cunetas.

Es sólo una habitación de motel, caro por lo demás,
donde copulan las putas y los adolescentes
despiertan a la vida con un esputo parecido a la esperanza.


Juan Cabárceno (Burgos 1988)

miércoles, 24 de noviembre de 2010

RESACA

La noche ha terminado.
Ahora todo es distinto.
Es el maldito imperio
de la mañana siguiente.
Esta calle ya no es igual, y ni siquiera
el olor
devuelve su apariencia. Los lugares
son a veces tan extraños. Y el tiempo,
qué decir del tiempo,
esa vaga materia a la deriva.
Lo desconozco, y no tiene sentido.

Ni siquiera es el mismo callejón
desierto hacia otro día de la vida,
de la misma vida,
porque es siempre la misma.

Ni siquiera la frontera se conoce.
Una palabra
resucitada como una puerta,
como la puerta de casa
donde siempre entramos y salimos.
Una palabra
resucitada como un muro,
éste que está sucio y maloliente.

Y el café en el bar de siempre, mentira.
Y la moneda de un euro, mentira.
El alcohol, mentira. La resaca, mentira.
La soledad, yo, mentira.

(Dejarse llevar por la emoción de un blues
en un sórdido garito
y por una copa mal servida…)

La emoción es una droga.
La emoción es mentira.


Luis Llorente
24-11-2010

martes, 23 de noviembre de 2010

Y BIEN, MORIMOS

Y bien, morimos.
Millones de años
para la muerte, para una dignidad
extraña, en cierto modo
ajena. Pero el tema
es más ambicioso
que el pensamiento
y se pudre allí mismo.
Quizá hay un error
de perspectiva en todo esto;
especulaciones, sistemas,
estructuras mentales
y el terror debajo. Pero antes
hemos pedido vino
y marchitas
vimos caer las uvas. Morimos,
algo extraño,
pero siempre después.
Y sin embargo hay hombres,
hombres en todas partes,
sobre todo en la tierra.
Multitudes, máquinas,
cerebros secos al amanecer,
el viento, una rosa en la mesa
y café. Todo esto
consagrado a la luz; la muerte
no es natural.


Joaquín O. Giannuzzi (Buenos Aires, 1924-2002)
Del poemario Nuestros días mortales (1958), en Antología poética (Visor)

PIRUETAS EN UNA SALA DE ESPEJOS

No ha sucedido aún,
sin embargo me veo
entre el humo de las locomotoras,
las voces,
el ir y venir de los pasajeros.
O en un muelle vacío.
Tu pañuelo,
tú,
mi barco alejándose,
el enlutado grito de mi barco.
Poco a poco el invierno
me ha ido desgastando:
sus árboles negros,
su agua lodosa
lamiendo piedras,
la bruma tumbada
sobre un horizonte de alambres
y chimeneas.
Un abismo a mi lado.
No lo ven los demás.
Un abismo de voces,
de ojos,
de fantasmas.
Siguen brotando manos.
La mano de Eugenia,
su temblor.
La mano de mi hija,
su dibujo.
Todas las manos pidiéndome,
exigiéndome,
y yo no soy capaz.
Todas las manos como plagas,
incendios,
cataclismos que me acechan,
me desnudan,
me estrujan.
Llevo tu rostro barajado
con vitrinas ortopédicas,
señas de tránsito,
anuncios de aspirina.
Soy el agua,
la espuma,
esa nube en el cielo.
No ha sucedido aún,
y ya pienso en nuestro amor,
en los días,
las horas de nuestro amor
como si el libro se hubiese cerrado
definitivamente.


Claribel Alegría,
de Vía única (Torremozas)

viernes, 19 de noviembre de 2010

BASURAS AL AMANECER

Esta madrugada, en la calle
dominado por una especie
de curiosidad sociológica
hurgué con un palo en el mundo surrealista
de algunos tachos de basura.
Comprobé que las cosas no mueren sino que son asesinadas.
Vi ultrajados papeles, cáscaras de fruta, vidrios
de color inédito, extraños y atormentados metales,
trapos, huesos, polvo, sustancias inexplicables
que rechazó la vida. Me llamó la atención
el torso de una muñeca con una mancha oscura,
una especie de muerte en un campo rosado.
Parece que la cultura consiste
en martirizar a fondo la materia y empujarla
a lo largo de un intestino implacable.
Hasta consuela pensar que ni el mismo excremento
puede ser obligado a abandonar el planeta.


Joaquín O. Giannuzzi (Buenos Aires, 1924-2002)

jueves, 18 de noviembre de 2010

ELLA

En esta hora de la tarde yo te abrazo.

La pesada fruta
tiembla y muere: tu voz alzada
en el viento que barre las fronteras
y borra todo límite concreto.

Tu cuerpo
es esta niebla sobre el parque.

Si estuvieras aquí,
te metería la lengua hasta el último suburbio de tu cuerpo.
Y el amor es esta calle suburbana.
Tu centro helado como un espejismo,
y te alzas y me hundo para nombrarte
como un barco que se estrella en extraños arrecifes.

La delgada música del llanto,
en esta hora de la tarde que comienza.
El deseo se inventó para nosotros.
Y hay lugares habitados por la espera.

Y tu cielo es un presagio inacabado,
o un planeta errante y denso,
o una lágrima que arde. Tu cintura
de nieve despojada de la luz
¬–y toda luz es un naufragio
en las sucias madreselvas de la tarde–
se dejará tocar por este fuego
mientras al fondo vuelan
los últimos pájaros,
y las nubes regresan con la misma muerte,
los muros antiguos de la ciudad cautiva,
las leyes de la lluvia que buscan un espectro,
todas las hojas del parque
levantadas por el último domingo,

y mis ojos en la niebla interrogando.


Luis Llorente
(Fecha de escritura: 18-11-2010)

miércoles, 17 de noviembre de 2010

LA INFANCIA DE DIOS

Señor,
anégame en tu luz,
que tu lumbre sea mía. Si eres
Dios
y existes
déjame vivir con todas estas
flores azules que destellan. Cada día
corre como un niño
y yo te miro en las nubes tan espesas.
Cada día es un páramo distinto.
Las tardes tienen buitres
y el tiempo me devora. Déjame morir
en la alegría. Soy tu hijo
en los campos de cieno que se extienden en la noche.
Quién estuvo en la taberna
y me miró como se mira a un ángel.
Estoy muerto en este instante, no te olvides de mi nombre.
Me han partido el cráneo a puñetazos.
Me han pisado los ojos. Han arrasado mi casa.
Mi ciudad ha muerto. Nadie se ha quedado
con su familia de inocente dignidad que tiembla.
Me han sacado los ojos de exterminio. Alguien
me niega la sonrisa
y me rompe los huesos con un hacha. Soy
el cadáver macilento. Me han aplastado la cabeza
y me han destruido la infancia. Mi cuerpo
arrojado al muladar, y a nadie importa.
Mira mis manos expulsando venas y gusanos.
Yo qué he hecho. Soy inocente. Tengo sueño y hambre.
No me mates. Quiero dormir como los ríos.
Quiero comer como me comen los gusanos.
Y vuelvo al lugar de aquel árbol
y mis hermanos ya no están jugando.
Ya somos mayores porque hemos crecido
como un desierto que se olvida de su origen.
Ya no están
las ventanas de los ojos de mi abuelo.
Ya sólo queda
esta tristeza gris en mis ojos desolados.
Ya sólo tengo la memoria
para combatir los desperdicios.
Que se caiga el muro y me aplaste su esperanza.
La tumba se pudre a cada instante.
La hierba es un lugar mojado, una máscara húmeda
junto a la casa que inventamos. (Y mi padre
nunca leerá este poema
porque sé que no le gusta la poesía).
Y ya no estoy allí,
ya no puedo volver
a la secreta música
del verano adolescente: los rincones del salón,
o los abrigos del invierno y los juguetes ácidos
que ahora brillan y sangran y se deshacen en mis ojos.
Ya no puedo volver,
y esa tarde duele todavía como un rostro.
La cerveza en el jardín, ya soy mayor.
Los amigos se fueron. No necesito nada.
Señor, perdóname. Mis palabras salen de mi boca
y se posan en el manto de la noche. Escucho
la respiración de mis padres dormidos.
Es la casa de verano. Estoy en el jardín, ya soy mayor.
Es el mismo sitio donde regaba las plantas.
Padre, éste es el huerto de mi casa. Sé que es muy pequeño, pero no tengo otro.
Estos son los juguetes
con los que fui niño, y me perdía
en las horas jugando con mis hermanos
mientras mi padre trabajaba en la soledad de su despacho.
Padre, esta es la fotografía ardiendo de mi infancia.
Éstas son mis manos de niño, ésta mi sonrisa, ésta mi alegría.
Éstos los fantasmas del insomnio.
Ésta es mi sangre. Ésta la tumba de mi abuelo.
Éste es el cordero asado en el fogón. Éste es el vino que tomamos en mi casa.
Éstos son los lugares
donde conocí la luz.
Padre, ésta es mi cama y mis almohadas.
Padre, éste es mi pijama del color del silencio.
Éste es el tejado donde cuento las estrellas.
Éste es el viejo ordenador que no funciona.
Éste el cuaderno olvidado
donde escribí mis primeros poemas.
Éstas son las lágrimas
que fluyen como el agua del arroyo.

Todo esto es tuyo, Padre.
Toda esta sangre es tuya.

Ya soy mayor. En los rincones del jardín
las hormigas escriben un poema.
Hay ratones y huesos de pájaro. Pájaro muerto
de ardientes ojos vacíos.
Los pájaros vivos picotean los restos de la luz.
Es el cadáver de la mansedumbre,
el grito antiguo de las tardes de verano.
Hay un almendro y un manzano. De pequeño
mi padre me mandaba regar las plantas,
pero ya no cuidamos el jardín
porque sólo es la casa de verano,
sólo dos meses al año de alegría.
Allí está mi terrible agosto, detenido como un libro eterno.
Allí están los relojes de péndulo, mi bañera favorita,
los refugios interiores. Mis pasos lentos en el pulso de la noche.
Y esta casa es invisible ya: su belleza inmortal todavía me sorprende.

Todo esto es tuyo, Padre.
Toda esta sangre es tuya.


Luis Llorente Benito
10 de noviembre de 2010
Hablando con Dios por la noche

RELOAD

La idea era escribir sobre cartuchos
de tinta.
Cartuchos como balas y poemas…

Y no.

Era una tontería.

Se puso la chaqueta y salió en busca
de todas las promesas que le hicieron.

Tenía veintiséis años. Había
leído algunas cosas y una vez
burló a la muerte o eso es lo que cuenta.

La tarde era otra tarde y qué decir
de esa vaga tristeza,
del cartucho de tinta sin usar
que esperará otro día en su bolsillo.


Ben Clark
Otoño. 2010

lunes, 15 de noviembre de 2010

HACIA OTRO SOL MÁS DURADERO

Por qué mirarte
es este pasadizo a oscuras.
Las moscas inventan mi saliva
y se esconden tras tu vientre.
Puedo escribir los versos más alegres esta noche.
Escribir, por ejemplo, que la ciudad está estrellada
y tiritan, azules, las damas a lo lejos.
Escribir que odio a todas las palabras
que salen de mi boca
con la sinceridad torcida en la garganta,
escribir que hay un dibujo en la tarde
de tus ojos antiguos
que sé que siempre me han amado.

Cuántas guerras con el tiempo
y los árboles del lugar frío
para encontrar tu cuerpo
liberado de la lluvia,
la rosa de tu sexo
amándome sin tregua, amándome
con la necesidad
de estar conmigo,
amándome con las persianas
bajo el techo del mundo,
bajo el peso del mundo,
bajo las cortinas sucias del olvido
en este atardecer sin regreso a los hospicios, mi sangre lenta
para ti siempre sabida,
mi luz reconocida por tu cuerpo, el peso del silencio
y la fotografía del instante
a cada instante que pasa
sin saberlo,
y la habitación donde celebramos la mirada en sepia
a cuantas calles nos han brindado su belleza
en estos años de olvido y de oleaje,
la inmensidad del cuerpo
penetrado con los labios
húmedos
que aman la sordera del paisaje, su canto, su lascivia,
la inmensidad del grito
que empieza en esta sombra,
tu cuerpo meciéndose con el silencio
espléndidamente urbano,
este cielo,
este estruendo en la rutina de mirarte
como un latido que se aleja
hacia otros árboles antiguos,

este pacto con tu nombre
y las marchitas hojas de la muerte,
la muerte de los pájaros
que nos cruzan en el parque,
que se cruzan contigo
y nunca vuelven
hacia otro sol más duradero.


Luis Llorente Benito, mayo 2010

A LOS VEINTE AÑOS...

A los veinte años tu sexo olía profundamente,
antiguo, tibio, una raíz sin frío, precaria
aun viniendo de un pasado tan hondo, mítico
de atreverse a atravesar la selva sin ser visto.
Voz de ánima en pena que busca un continente,
África donde agarrarse, desgarrada. Pero volviendo,
el sexo de la mujer tiene una autonomía rara
como si le perteneciera y como si le fuera ajeno,
ajenjo, independiente, estado ebrio. Vive en la fiebre
su larga memoria que lo habilita al delirio. Sus labios
son verdaderos labios. Una raíz que no es una raíz
pero parece por su resonancia. A partir de un punto
el poema son innumerables ecos, aguas liberadas, felices
de expansivas después de ser tocadas.


Eduardo Milán

viernes, 12 de noviembre de 2010

LOS SUBURBIOS...

Los suburbios se deshacen en la noche.
Algo tiembla y nos miramos
como nombres olvidados en la lluvia,
como cuerpos escondidos en la niebla.
Los bares han cerrado. Noviembre
en su temblor de hojas
arrasadas en la melancolía de la calle.
Somos de un cielo inaccesible,
el delirio de un viaje inacabado
en la música de los cristales de tu rostro.
La anoche inmensa
debe terminar en esta
gota de agua. Y el agua
es una forma de espejismo,
una forma del amor
que empieza como sombra de río
sobre pieles de caballo muerto.
Nos movemos en el ritmo de la luna
y en su transparencia la muerte es un ojo de cadáver.

Nunca olvides este pasadizo,
ahora mis manos pueden romper todos los huesos de tu noche,
y tu noche es una tierra prometida,
un labio azul que nunca acierta
en la diana del olvido y del insomnio.

Abro los ojos y respiro.
Veo mi rostro en el espejo.
Abro los ojos y te amo.


11-11-2010

HOMBRE Y DIOS

Hombre es amor. Hombre es un haz, un centro
donde se anuda el mundo. Si Hombre falla
otra vez el vacío y la batalla
del primer caos y el Dios que grita «¡Entro!»

Hombre es amor, y Dios habita dentro
de ese pecho y profundo, en él se acalla;
con esos ojos fisga, tras la valla,
su creación, atónitos de encuentro.

Amor-Hombre, total rijo sistema
yo (mi Universo). ¡Oh Dios, no me aniquiles
tú, flor inmensa que en mi insomnio creces!

Yo soy tu centro para ti, tu tema
de hondo rumiar, tu estancia y tus pensiles.
Si me deshago, tú desapareces.


Dámaso Alonso

jueves, 11 de noviembre de 2010

UNO CON ÉL

El estanque de los lotos

Eres uno con Dios, porque le amas,
¡Tu pequeñez qué importa y tu miseria!;
eres uno con Dios, porque le amas.

Le buscaste en los libros,
le buscaste en los templos,
le buscaste en los astros,
y un día el corazón te dijo, trémulo:
«aquí está», y desde entonces ya sois uno,
ya sois uno los dos, porque le amas.

No podrán separaros
ni el placer de la vida
ni el dolor de la muerte.

En el placer has de mirar su rostro,
en el valor has de mirar su rostro,
en vida y muerte has de mirar su rostro.

«¡Dios!» dirás en los besos,
dirás «Dios» en los cantos,
dirás «Dios» en los ayes.

Y comprendiendo al fin que es ilusorio
todo pecado (como toda vida),
y que nada de Él puede separarte,
¡uno con Dios te sentirás por siempre:
uno solo con Dios porque le amas!


Amado Nervo

HIJOS DE LA BONANZA

“Hijos de la Bonanza”, nos llamaban;
los que no conocieron ni la hambruna
ni las agudas larvas de estridencia
chillando en el oído por las bombas.
Y cuando nuestras piernas, tan delgadas,
caían y sangraban porque el parque
era de un hormigón armado y frío,
se quedaban callados, observando
nuestro llanto en un gesto de sorna.
Debíamos vivir y dar las gracias
por la ocre rozadura en la garganta
que provocaba el aire al refugiarse.
Agradecer las flechas de las nubes
y que un fango lechoso a nuestros pies
-en un último gesto agonizante-
le mordiera las botas al progreso.
¿Y cómo agradecerles la alegría?
La risa provocada por los hombres
inocentes del mar
cuando se encaminaban hacia el río,
dispuestos a bañarse entre excrementos.
También estaba el tedio
de tener que explicarles a los niños
palabras como pueblo indio, oso
pardo, ballena azul o lince ibérico.
Pero esto eran minucias, sacrificios
en nada comparables al sufrido
por aquellos que ahora nos decían
“hijos de nuestra sangre”, tan severos.
Aunque, a veces, es cierto, no era fácil
simplemente intentamos ir viviendo.
Haciendo caso omiso a los escrúpulos,
al vacío que moraba en nosotros,
“hijos de la bonanza”;
los hijos de los hijos de la ira,
herederos de todos los despojos.


Ben Clark, de Los hijos de los hijos de la ira (Premio Hiperión 2006)

miércoles, 10 de noviembre de 2010

LA TARDE ES UN CUERPO ABANDONADO

La tarde es un cuerpo abandonado.
Pequeño, y sale de la tierra.
O del aire. Quizá yo pueda
abrir este silencio como un surco.
Lo cierto es que estoy desnudo
en medio de la brisa de noviembre.

Tú me has mirado alguna vez
por estos campos. Tú, señor de la luz,
me has amado. Déjame perderme
en las largas horas de la resurrección,
como un duende que atraviesa un túnel.

Soy la mosca, soy el nicho, soy el instante.
Soy la tumba de tus ojos perseguidos,
lo fugitivo en esta geografía de lo ausente,
tu cuerda de amor que vibra por la noche,
y vibra, vibra celeste,
cercándome, protegiendo el mudo cauce
de las palabras desiertas, el mudo manantial
de la noche corrompida, el abandono
de las horas en el aire, la lumbre
de la chimenea o del fogón.

Las horas de la infancia están aquí.
Me duermo –te duermes– y te amo.


10-11-2010
De Geografía de lo ausente

NOS MIRAMOS...


Nos miramos en el largo desierto de las horas.
Son las estrellas del silencio, animales dormidos.
Pienso en despertar con cara de árbol. Soy un árbol.
Vosotros recorréis el mar
como se recorren las ciudades del cielo.
Vosotros apretáis el gatillo
en la hora en que noviembre tensa todas sus ramas
para morir también. Disparad al duende.
No somos de la tierra. Soy vuestro,
soy el cuerpo que camina asustado y sin aliento
pero con la fuerza inmensa del amor. Estoy
atado a tu presencia,
en esta noche de cadáveres despiertos,
de mastines y horizontes
que abren pechos. El pecho del cielo,
la lengua del cielo,
los ojos en llamas del cielo. Me miras,
señor, y destruyo mi presencia por amarte.


10-11-2010

UN POEMA DE JOYCE MANSOUR

Llueve sobre la concha azul de mi ciudad.
Llueve y el mar se lamenta.
Lloran los muertos sin parar, sin razón, sin pañuelos.
Los árboles se recortan contra un cielo viajero
mostrando sus recios miembros a los ángeles y a los pájaros,
pues llueve y el viento se para en seco.
Locas gotas limpias de mugre
caen en las calles sobre los gatos
y el olor graso de tu nombre se propaga por las aceras
y el asfalto.
Amor mío, llueve sobre la hierba cortada
donde nuestros cuerpos tumbados se fecundaron dichosamente
todo el verano.
Llueve, oh madre, y ni siquiera tú puedes hacer nada,
pues el invierno avanza solitario por nuestras largas playas
y Dios se ha olvidado de cerrar el grifo.


Joyce Mansour traducida por Eugenio Castro

lunes, 8 de noviembre de 2010

LA LUZ DE UN RAYO

Fluye la lámpara de los animales
y las raíces oscuras del instante.

La luz de un rayo.

Vienen las nubes
con sus curvas ágiles.

La luz de un rayo.

Oigo un rumor
y se detiene el aire en mi callados pasos.

La luz de un rayo.

La lluvia es una pausa. La música
un muerto que está sordo.

La luz de un rayo.

Oigo un rumor.
Sóis vosotros, o es la luz
de manantiales indecisos.

La luz de un rayo.

Quién esconde sus ojos
en los planetas infinitos.

La luz de un rayo.

Yo no puedo volver
por el mismo camino.

La luz de un rayo.

Ya no somos los mismos niños
sino los hijos del tiempo.

La luz de un rayo.

Ella ha cambiado. Te amo
en esta hora gris de las tabernas ácidas.

La luz de un rayo.

Me miras y no puedo despertar.
Te amo todavía, te amo
porque no puedes oírme,
porque estoy enfermo de guitarras viejas.

La luz de un rayo.

Y una tarde se estremece,
un noviembre más lento que un barco hundiéndose en la niebla,
un noviembre de luz que vuelve de otros años,
y ya no somos los mismos, y te amo
como

la luz de un rayo.


8 de noviembre de 2010

OTRA VEZ EL VIENTO...

Otra vez el viento
herido por la trama de noviembre.
Mirad el destello de esas tardes antiguas
que ahora aparecen en ésta, que ahora
se levantan como estatuas mojadas sobre la hierba.

Yo quiero un césped como éste.

Es una tarde, una tela gris,
un cuerpo al fondo de la lluvia,
un pulso de aliento transparente
como el frío de este sauce,
-música de pájaros, insomnes latidos del árbol,
ceniza dispuesta para las manos tan sucias-
ésta es la voz perdida
que alguien quiso recordar.

Y resucita el corazón del escarabajo.
Y el sol se esconde.

Mirad, miradlo bien:
que no se queden sus acordes destemplados,
su secreta tierra como un arpa.

Yo quiero un césped como éste.

Son los tambores mojados
de otra lluvia, de otro instante
en medio de la lluvia, de esta lluvia
que recorre toda la ciudad con toda su fuerza
incesante y ebria. Son los muertos
del aire, el desastre, las pérdidas,
las pieles que reinaban en el árbol.
Son los insectos, la geografía del olvido,
su lenta destrucción
nombrada ahora por los violines de la tarde.

Cayendo débiles, mis ojos
tienen lágrimas
y vuelven del rincón de la ceguera.

Yo quiero un árbol del tamaño de una nube.

Son los cadáveres del frío
que se acuerdan de la noche.


8 de noviembre de 2010
de Geografía de lo ausente

viernes, 5 de noviembre de 2010

HISTORIA DE LA LUZ

Es la tierra.
Y se parece a la muerte de un caballo.
Es el vientre de una estrella
que vuelve de otra vida, y que tiene
en sus vísceras
muchas hazañas escondidas:
su historia, su lumbre, su rutina.
Es el río
de animales destemplados
que quieren refrescarse, y cruzan la noche
de región en región,
de un país a otro,
de una frontera inexistente a otra frontera inexistente.
Una batalla contra un nombre,
contra la forma de su olvido,
contra un dios
inesperado en una colina meridiana.
Un deseado grifo de serpientes.
Un castigo de la noche
para los que buscan otra luz.

En medio del cosmos, las preguntas
que no saben sucederse
en la historia de una estrella.


5 de noviembre de 2010

jueves, 4 de noviembre de 2010

QUERIDO JUEVES

Querido jueves
yo quiero ser un animal que llore en el cuarto oscuro del silencio
frío y húmedo
húmedo y frío
y frío frío frío casi helado
de tanta humedad (y tanto polvo de rata muerta) allí acumulado
un sol que nace de mañanas sólidas
y cadáveres de llanto transparente
transparente desterrado grito sin tiempo aquí
sí ahora eres tú
ahora eres la mordida manzana de la lluvia
pequeña de noviembre
pequeño noviembre
pequeña aurora boreal
y yo qué quieres que te diga

las bañeras se caen desde los cielos
y se derrama todo el agua
sobre toda la ciudad

la cerámica nunca fue mi despropósito
parte en dos esa pared para tener dos habitaciones
partidas en dos partidas en dos partidas en dos
partidas en dos muestras de abandono
yo te echo el aliento y se levantan flores amarillas
y el perro recorre toda la calle del abismo
pero no hay perro porque no hay perro
porque no hay lluvia porque no hay estirpe porque no hay ascensores ya

parte
parte
pártelo ya
nosotros partimos de aquí
como duendes gilipollas
de verdad por favor te digo aquí y como
para nunca como siempre que te espero
de verdad te digo aquí por favor
espérame ayer en la cuesta de la sal
y de verdad te digo que el lenguaje me vuelve tan idiota
como todas las fiebres unidas del mar
(esas que se unen para boicotear al poema)
malditos motines de la revolución de la palabra

parte
parte en dos la tierra
parte en dos tu casa
y tendrás 40000 habitaciones nuevas
con las puertas del color de tus ojos cuando salen a la calle las mañanas de marzo

Y yo qué quieres que te diga
¿que te amo para variar
la parálisis desnuda del amor?
¿que no creo en logaritmos ni en promesas incumplidas?
¿que mañana ya no es tarde ni se rompe la tierra
que declina por todo el horizonte de la niebla?

No sé, pero sé que la escritura
es un ciempiés

y tal vez haya 10000 pasos que nunca se detienen


Luis Llorente Benito
4 de noviembre de 2010
(Orgulloso de estar como una cabra de esas que en el monte encuentran la pureza antigua de su fuego)

miércoles, 3 de noviembre de 2010

NOVIEMBRE ANTIGUO

El aire.
La flor cortada y sin aliento.
Las hojas esparcidas de noviembre.
Vienen los lobos del silencio.
Es la hora de la merienda
en los jardines de la infancia.
El jardín desnudo, el jardín azul,
el jardín antiguo de las madres
que sonríen a sus hijos.
Esos niños que hablan a sus madres
en las tardes de noviembre:
-“Qué rico el chocolate, mamá.”
(Me reflejo en los ojos del otoño).
-“¿Este domingo toca ir al pueblo?”
(La piscina está verde, hay un mirlo
en esa rama), juguetes oxidados
como el cielo
y el cadáver del verano que ha vuelto a pasar.
-“Luis, entra en casa, que hace frío.”

martes, 2 de noviembre de 2010

LA LÍNEA, PUNTO DE LUZ...

La línea, punto de luz,
cementerio entre los dientes.
Fibra de amor en este maleficio.
Y aquí la calle es otro cuerpo,
ahora, ahora que pasa noviembre
y no veo ya lo mismo de entonces. Decidme
dónde, dónde se ha quedado
la hechizada música, esa nube que ya
no vuelve, y por quererla tanto
mis zapatos se oxidan de niebla y humo.
De tan triste, de tanto abismo desolado,
quiebra este pañal de luz punzante,
de afilada sangre, de hiriente beso.
Vacío, sombra, magia trémula del cuerpo
en estos pasos
que agigantan su belleza y su lenta mansedumbre.

Ahora la calle,
ahora la ebriedad, ya de dónde puede
venirme, entrarme su camino
en el alma,
el alma caminera de la tarde, dónde ya
venimos y hemos devastado
y estamos cumpliendo una promesa
como la distancia azul de un sueño,
de una pared de adobe o de diamante. Qué importa,
qué importa la materia, no soy el mismo,
venid, venid ahora
los sordos minerales de cerveza,
la tibia respiración del vino que se acaba.
Dónde, dónde la ebriedad. Juntos inventamos
este instante, es él mismo, y vuelve, vuelve,
es el que ahora está conmigo
muriendo en cada poro de abandono.
Mañana no, mañana estaremos todos
acabados y muertos como en una cita cumplida.
Pero el reloj eterno de la luz,
ese sigue ahí
rompiendo la marea desnuda del olvido y de la muerte.
Volvamos a casa, en esta hora de la noche
de noviembre como un árbol que amamanta sus raíces.

Y la cita no se acaba. La cita
son mis ojos rompiendo
el límite inexacto de la vida.


Luis Llorente Benito
2 de noviembre de 2010
Poema escrito después de emborracharme, directamente a ordenador.

NOVIEMBRE

Y esta luz de noviembre
qué nos trae,
a qué ha venido,
cómo es que escucho el pulso respirado
en el suelo mojado de la calle.
Un hombre camina con sus pasos abiertos,
camina solo, solo hacia la luz,
la Rúa Mayor otra vez revisitada,
larga calle hacia el cielo,
larga calle hacia la luz.
Un hombre prisionero
de su propia soledad: quién era aquel
de ayer, la noche que ya no dura
y que se recuerda como un cuerpo.
El hombre que apuraba un vino
en tabernas amadas de alegría
en esta hora de la mañana se transforma:
soy el animal en el bosque, el ciudadano libre,
el escondido insecto
rondando la torre de la catedral,
y su esbelta lumbre.

Y esta selva soy yo,
somos nosotros,
la sombra del caminante,
el sol de noviembre y de inocencia,
y no puede haber un rastro tras mis pasos,
no dejo huella, no hay límite
en mis turbios relojes invisibles
pero abrazo esta hora de la dicha.


Luis Llorente Benito
2 de noviembre de 2010
Libreros, 11:57

lunes, 1 de noviembre de 2010

EL TRAPO

               ¿Qué busca en nuestro oscuro
               vivir? ¿Qué amor encuentra
               en nuestro pan tan duro?
                      CLAUDIO RODRÍGUEZ

Quién quiere a este trapo:
materia sola,
y se muere de tan triste,
y nadie lo usa.

Lo he visto en un rincón
del cuarto de limpieza,
y qué es la limpieza sino un cepo
de apariencia inerte,
o viva como la lluvia (qué es lo que muere,
qué lo que resucita), y crece la música
del abatimiento en este instante,
como un desolado grifo de latidos
en el cuerpo común de la derrota.

Este cuarto, esta jaula,
esta celda de grillos
donde crece la tristeza.
Y la humedad rompiente del silencio.
Y el pan amargo que es el aire del mundo,
el vientre azul de su tibieza.

Quién quiere a este trapo,
quién lo ama,
quién pasa sus manos
por la desnudez de su blancura sucia.

Y el silencio pesa,
pesa la cáscara de su materia,
y el aire vuelve y corre por la casa,
corre infestado de latidos negros
y suplica el trapo en el silencio
como un hombre que se muere en su alarido
y no encuentra un gesto llano de alegría:

“Miradme. Soy un trapo.”


Luis Llorente Benito
Poema escrito el 1 de noviembre de 2010