jueves, 28 de octubre de 2010

EL HIELO, LA MIRADA


El hielo, la mirada.
El humo, el agua. Las piedras y el fuego
y las campanas al fondo del paisaje,
y la madera y el barro de las vacas,
la leche de las flores,
la miel del viento
que lleva otros vientos a ninguna parte,
la alegría casi eterna
de morir ante mi lámpara votiva,
el cesto de la noche y sus laureles,
los ojos de ceniza, la fuente
y los canastos donde se posan los mirlos.
Yo estuve aquí contigo.
El vino agrio. La escalera sola.
Yo estuve aquí contigo.

El río es transparente
y el árbol extiende su engañosa sombra,
esta realidad es de otro mundo y no nos pertenece,
ficción ahora
ante tus ojos viviendo entre dos lágrimas,
inocente lucha contra el viento,
tus manos con mis manos
venciendo a la sordera del paisaje

y este instante
en que el perro muerto inicia su regreso.


Luis Llorente Benito, marzo 2010

CASA MUERTA

Aquí está la casa muerta,
la que existe en los pasillos
abiertos al silencio,
                             destruidos
por la sola inquietud de la sospecha.

Están ahí,
abriendo un cauce,
trenzando las cuerdas del olvido
–doliente vacío, nostalgia muda–
trazando líneas invisibles
en el páramo de la fingida soledad.

Ahí los fantasmas,
abierta casa de silencio.

Y espero tu rostro,
oculto poeta tras la muerte.


Luis Llorente Benito, agosto 2010

PASAR POR EL AMOR

Pasar por el amor como quien piensa
despacio en un poema: como quien llega
desde las tenues afueras de uno mismo,
desde un suburbio de adelgazada sangre,
y va hacia los jardines,
y acaba sobre el mar, y el mar se vuelve,
y el mar se va marchando con la fría
o incauta melodía del tiempo, y todo ha sido
un cabello de árboles estrechándose al sol,
y comprende un instante la belleza:

pasar por el amor como quien se sucede
en unos versos. Como quien antes
de hacer el equipaje entiende su regreso,
y lo acepta sin más,
                              y escribe su poema.


Andrés Catalán (Salamanca 1983)
Del poemario Composiciones de lugar (Premio Félix Grande, Universidad Popular José Hierro, 2010)

Campus # 1

Algo funciona bien en este campus.
Es la hierba.
No son los cuerpos tersos, tan perdidos
en la mañana obtusa del deseo.
No son estas palabras; no es el agua
de esta fuente maltrecha y ponzoñosa.

Es la hierba.

Crece sin esperanza y crece verde,
constante, compasiva.
Y hay veces que se eleva
y viaja entre carpetas y entre apuntes estériles
de asignaturas muertas. Es la hierba.
Dolorosa y paciente. Su embajada y su lecho.
La hierba verde y triste.
Oda a la juventud recién cortada.


Ben Clark (Ibiza 1984)
*poema inédito

LA CALLE A LAS DOCE


La calle a las doce está repleta
de rostros desconocidos –algunos familiares–
porque en todo lugar extraño
hay una luz reconocida. Salir de casa
como quien se prepara para un viaje,
cruzar otro bosque, otro desierto, otra esperanza,
con el tañido de los pasos
y el rumor de adelgazada sangre,
el frío de los árboles
como lámparas de tiempo
y las hormigas construyendo un nuevo túnel.
Así entiendo las raíces
y la desolación de los pronombres
­–ella es el amor y ya no mira
desde su escondido límite de llanto–
mis pasos como en un desfile de serpientes,
tanto desalojo en tanta mentira inacabada,
tanto desahucio, tanto miedo de tenerte,
una manera distinta
de caer en el desastre,
distinta música, distinto paisaje
cubierto por la niebla
y aquí la ciudad se va muriendo en las bombillas
y en los ascensores de octubre: el rostro
va cambiando su espejismo
(temblor de pieles, música insomne de los ojos,
brillo inmortal, dominadora muerte y alegría)
y también el cielo es de la lluvia
en este insolente desafío.


Luis Llorente Benito,
28-10-2010

miércoles, 27 de octubre de 2010

LECTURAS (agosto-octubre 2010)

NOTA-Algunas lecturas las hice en paralelo, no necesariamente van en este orden, y puede que omita alguna, ya que lo escribo de memoria:

Los que llevan asterisco significa que fueron relecturas.

Ewa Lipska, Fresas blancas (Huerga y Fierro)
Vicente Aleixandre, Sombra del paraíso (Castalia)*
Luis Cernuda, Antología poética (Alianza Editorial)*
Manuel Machado, Antología poética (Edaf)*
Gottfried Benn, Antología poética (Cátedra universal)
Amado Nervo, Plenitud (Austral)
Rafael Alberti, 100 poemas (Ediciones de la Torre)
W. H. Auden, Poemas escogidos (Visor)
Claudio Rodríguez, Don de la ebriedad/ Conjuros (Castalia)*
Rafael Alberti, Entre el clavel y la espada (Alianza Editorial)*
John Donne, Canciones y sonetos (Cátedra universal)
José Lezama Lima, Poesía completa (Barral)
Nueva poesía cubana. Selección de José Agustín Goytisolo (Península)
José Hierro, Antología (Visor)*
Vicente Aleixandre, En un vasto dominio, en Poesías completas (Visor)*
Antonio Machado, Proverbios y cantares (El País, Clásicos del siglo XX)*
Jorge Guillén, Desnudo (El Mundo, Las poesías del verano)
Luis Llorente Benito, La rutina de la nieve (Huerga y Fierro)*
Gerardo Diego, Versos escogidos (Gredos)
Dámaso Alonso, Hijos de la ira (Castalia)*
Luis Llorente Benito, Figuras errantes (inédito)*

Gutierre de Cetina, Sonetos y madrigales completos (Cátedra)
Ernesto Cardenal, Salmos (Trotta)
Gabriel Celaya, Cien poemas de un amor (Plaza y Janés)
José Javier Aleixandre, En una voz más alta que la mía (Rialp)
Carmen Busmayor, Epístola a Carmen (Endymion)

Alberto Girri, En selva de inquietudes (Pre-Textos, col. La Cruz del Sur)
Joaquín O. Giannuzzi, Antología poética (Visor)
Voces nuevas. XXIII selección (Torremozas) Incluye ocho mujeres poetas

Eugénio de Andráde, La sal de la lengua (Hiperión)
Vicente Gerbasi, Antología poética (Monte Ávila Editores, colección Altazor)

A. E. Housman, 50 poemas (Renacimiento, col. Poesía Universal)
Vladimír Holan, Dolor (Hiperión)
Mina Loy, Antología poética (Huerga y Fierro, col. La rama dorada)

Wallace Stevens, Poemas tardíos (Lumen)*
Seamos Heaney, Seeing Things (Faber), a medias por ser en inglés
Gonzalo Rojas, Materia de testamento (Hiperión)

Ledo Ivo, La aldea de sal (Calambur)
Jacques Roubaud, Cuarenta poemas (Hiperión)
Claude Esteban, En el último páramo (Hiperión)
Héctor E. Ciochini, Como espejo de enigmas (Linteo)

Eugenio Montale, La tormenta y otros poemas (DVD)*
René Char, El desnudo perdido (Hiperión)






ALGUIEN ME OBSERVA


Alguien me observa desde la ventana.
Alguien tiene el mismo miedo
que el gato que cruza las ciudades
y las nombra en cada paso.
Los ojos de octubre bailan en el viento.
El viento traspasa las alcobas de la memoria.
La memoria se resiste a celebrar el olvido
en las aldeas de la sal y la madera. Y nace el humo.
Alguien tiene hogazas de fuego para el hambre.
Alguien esconde los motivos del día,
y sabe que hay un principio de extraña incertidumbre
donde gravita la sombra, allí,
en los árboles que murieron en agosto
y que ahora levantan su fantasma en la cárcel del otoño.
Las ramas se desnudan
y algunas no obedecen a la ley,
duerme Heráclito y el río nos arrastra a cada instante:
todo nos lleva hacia otra luz
en este valle de azulada nieve.

Alguien me observa desde la ventana
cuando paso por la calle donde un día vine a vivir,
en las esquinas de mi barrio, en los rincones sucios
de la melancolía, esa noche de domingo
que todavía dura
y que sucede por nosotros a la lluvia.

Alguien me observa
y entonces busco un lugar
más perenne que este cuerpo,
un lugar donde morir feliz
como insecto viejo en cualquiera de las habitaciones de la tierra.
Alguien me observa
y esta lágrima es su vino antiguo,
su ardiente sangre, su sabor amargo
y su túnel hacia el sol
como el viento de octubre avanzando lentamente.

Alguien me observa en su latido.
Alguien me observa
y oigo la respiración de las estrellas.

Y comulgo con las rosas de este día
para verme en otro espejo,
                                         para escapar de toda incertidumbre,
para saberme dentro del desierto
de la luz de la inocencia.


Luis Llorente Benito,
Salamanca, 27 de octubre de 2010

martes, 26 de octubre de 2010

MÁS ALLÁ DE ESTA ROSA

                                   (Meditación de postrimerías)

1
Una rosa se yergue.
Tú meditas. Se hincha
la realidad, y se abre, se recoge, se cierra.
Cuando miras, entierras. Oh pompa
fúnebre. Azucena: Relincho
espantoso, queja oscura, milagro. Tú que la melodía
de una rosa escuchaste, sangrienta
en el amanecer cual llamada
de una realidad diminuta,
miras tras ella el hondo
trajinar de otra vida, la esbelta
rapidez con que algo se mueve en la noche
con prisa, como si quisiera llegar a una meta
insaciable. Hay detrás de esta rosa, que yergue
suavemente su tallo, una pululación hecha náusea,
un horrible jadeo,
una ansiedad frenética, un hediondo existir que se anuncia.
Una trompeta dispara
su luz, su entusiasmo sonoro
en el estiércol. ¿Qué dices,
qué susurras, qué silbas
entre la oscuridad, más allá de esta rosa,
realidad que te escondes? ¿Qué melodía
articulas y entiendes y desdices y ahogas,
qué rumor de unos pasos
deshaces, qué sonido
contradices y niegas? La cadencia está dicha,
realizado el suspiro.
El rumor es silencio,
la esperanza, la ruina. Todo silba y espera,
silencioso, engreído,
más allá de esta rosa.


2
Más allá de esta rosa, más allá de esta mano
que escribe y de esta frente
que medita, hay un mundo.
Hay un mundo espantoso, luminoso y contrario
a la luz, a la vida.
Más allá de esta rosa e impulsando su sueño,
paralelo, invertido
hay un mundo, y un hombre
que medita, como yo, a la ventana.
Y cual yo en esta noche, con estrellas al fondo,
mientras muevo mi mano,
alguien mueve su mano, con estrellas al fondo.
y escribe mis palabras
al revés, y las borra.


Carlos Bousoño, de Oda en la ceniza (1967)

jueves, 21 de octubre de 2010

AJENO

Largo se le hace el día a quien no ama
y él lo sabe. Y él oye ese tañido
corto y duro del cuerpo, su cascada
canción, siempre sonando a lejanía.
Cierra su puerta y queda bien cerrada;
sale y, por un momento, sus rodillas
se le van hacia el suelo. Pero el alba,
con peligrosa generosidad,
le refresca y le yergue. Está muy clara
su calle, y la pasea con pie oscuro,
y cojea en seguida porque anda
sólo con su fatiga. Y dice aire:
palabras muertas con su boca viva.
Prisionero por no querer, abraza
su propia soledad. Y está seguro,
más seguro que nadie porque nada
poseerá; y él bien sabe que nunca
vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,
¿cómo podemos conocer o cómo
perdonar? Día largo y aún más larga
la noche. Mentirá al sacar la llave.
Entrará. Y nunca habitará su casa.


Claudio Rodríguez
(está entre mis cinco poetas españoles favoritos)

NIEVE NOCTURNA

¿Es que puede existir algo antes de la nieve?
Antes de esa pureza implacable,
implacable como el mensaje de un mundo
que no amamos, pero al cual pertenecemos
y que se adivina en ese sonido
todavía hermano del silencio.
¿Qué dedos te dejan caer,
pulverizado esqueleto de pétalos?
Ceniza de un cielo antiguo
que hace quedar sólo frente al fuego
escuchando los pasos del amigo que se fué,
eco de palabras que no recordamos,
pero que nos duelen, como si las fuéramos a decir de nuevo.
¿Y puede existir algo después de la nieve?
Algo después
de la última mirada del ciego a la palidez del sol,
algo después
que el niño enfermo olvida mirar la nueva mañana,
o mejor aún, después de haber dormido como un convaleciente
con la cabeza sobre la falda
de aquella a quien alguna vez se ama.
¿Quién eres, nieve nocturna,
fugaz, disuelta primavera que sobrevive en el cerezo?
¿O qué importa quién eres?
Para mirar la nieve en la noche hay que cerrar los ojos,
no recordar nada, no preguntar nada,
desaparecer, deslizarse como ella en el visible silencio.


Jorge Teillier, Chile (1935-1996)

Y LLUEVE. Y LO SABES

Y llueve. Y lo sabes,
pero no me pidas que la tierra cante.
Somos parte del silencio. En la niebla equivocada
la muerte se ha dormido.
Tenemos cinco madrugadas y un cristal antiguo que sucede a los desiertos.
Y no hay más vino. Sólo este sol,
esta luz puede
cambiar la geometría de la casa.
Una casa de blancura,
una casa tal vez amarilla,
una casa muerta
que se despide de vosotros.
Y camina. Y canta.
(La casa avanza hacia el río).
Las farolas agrias, la calle fría.
Y la casa de largas piernas
ensayando el éxodo.

Los caminos de Dios,
la ebriedad del alma,
los ojos
             de los cielos
desolados.

Os invito a conocer la luna
desde esta madrugada.
Os invito a desangrar la tierra.

Otra escena. Otro mar. Otro cuerpo.
La piel también se duerme,
y ahora tú me respondes con el fuego.


Luis Llorente Benito,
21-10-2010
(noche del miércoles 20, escrito en El Alquimista, Salamanca,
a raíz de un poema de Jacques Roubaud sobre la lluvia)

*Gracias a Koji, a Andrea Mazas, a Victor Ballcells, a Andrés Sudón y a Emilio Papel por los tragos compartidos y por ese ejercicio de acercamiento, amistad y aproximación a la poesía.
(Y a Luis Somoza, Ane González y Andrés Catalán, aunque en el punto álgido de la ebriedad colectiva ya no estaban).

miércoles, 20 de octubre de 2010

EN LOS NIÑOS Y EN LOS ÁRBOLES

En los niños y en los árboles.
En las guitarras destempladas.
En los relojes desafinados.
En las máscaras perdidas.
En las estrellas oxidadas
sumergidas en ese mar oscuro.
En las piernas desteñidas de los perros.
Una muerte puede
en este instante
volverme invisible, volverme tan lento
que desaparezca la nieve y me pierda al fondo de las horas,
al fondo de esta tarde,
de esta tarde de luz,
de esta luz de lluvia,
de esta lluvia de otoño,

porque soy de las hormigas
y mi sangre en la tierra es vuestra voz.


Luis Llorente Benito,
20-10-2010

UN DÍA ESTUVE AQUÍ

                                    y un pájaro acuático 
                                   se ríe de sus lágrimas
                                                   V. HOLAN

Un día estuve aquí.
Viví con cinco dedos,
con una mano abierta.
La tarde me sonríe, otro poema,
otro que es el mismo:
el de siempre, el de nunca, el de ahora.
El verbo se reinventa. Reinventamos la escena.
Aparece la casa. Otra casa. Otra niebla.
Somos los mismos de ayer,
los mismos fantasmas de ayer,
pero no sabemos mirar
y sacudir el fuego de las nubes,
su llama de amor viva,
los cuerpos bañados en la sangre de Dios,
un ángel en el camino inacabado,
en el desierto sin término,
ilimitado paisaje donde escucho tu ardor
y tú me miras como si fuera tu hijo.


Luis Llorente Benito,
20-10-2010

VUELVE LA LUZ

Vuelve la luz
en esta tarde de otoño transparente.
Las horas posadas
en ceniza y herrumbre.
El tiempo es un destello triste.
Nadie sabe
de dónde vienen los cuerpos antiguos
que salen de la tierra
y mastican las raíces de lo sido.


Luis Llorente Benito,
20-10-2010

CREPÚSCULO MATUTINO

                                                  a Oldrich Králík

Esta es la hora
en que los ángeles rebeldes
tienen fe sin amor.

Esta es la hora
en que el sabio, que sólo tuviera sentimientos,
tampoco creería.

Esta es la hora
en que la oración por los poetas muertos
nada significa, puesto que están ya del otro lado de la imagen.

Esta es la hora
en que lo cotidiano se oculta de tal modo
que de él no queda nada.

Esta es la hora
en que tú, que todavía vives, no huyes
ni por una puerta secreta, ni bajo otro nombre...


Vladimír Holan traducido por Clara Janés
Del poemario Dolor (Hiperión), escrito entre 1945 y 1954 y publicado originalmente en 1965

viernes, 15 de octubre de 2010

CINCO DEDOS...

Cinco dedos
doloridos. La mano
escribe
lejos de nombrar cualquier pájaro,
cualquier urdimbre de palabras necias,
cualquier retórica
vana. Inútil es saber
que el miedo es parte del silencio. Holan
desde Praga
escribe en el desastre. Ciocchini
en Buenos Aires
se lanza al vacío
con un poema nuevo:
El vino corre, cálida vertiente,
por los hombros
de los antiguos mármoles.
Ulises no supo de manos imperiales
ni de estirpes planetarias.
Los héroes de la Europa destruida.
Los anfiteatros se han llenado de cardos.
En 1943 Hitler destruye
todos los poemas de Berlín.
Rilke estaba muerto: su solitario teatro
de máscaras vírgenes, sus himnos elegíacos,
sus cantos a la noche de Praga.
En las balas de la guerra se extinguían los poetas.
Los dioses clásicos habían levantado su muerte
tras siglos de alegría. Y en esta casa vieja
las brujas hablan de mí, y en el espejo
hay un rostro
dolorido como un árbol.

Cinco dedos, mi mano vieja:
la piel irritada por el agua. Llevo años
con esta herida
pero sigo escribiendo
versos en la memoria y en la página
que alguien leerá. Cuándo
te he visto (hay un fantasma
que me resulta familiar):
en esta casa
Rilke y Holan escriben poesía.
Y yo. (La tierra es un animal que grita con el vientre).

Poesía,
            vertiente opaca del silencio,
manantial de la escritura codiciosa,
posesión del abismo
y de la extraña circunstancia de los ojos: la mirada
me inventa
e invento una mirada para el mundo.


Luis Llorente Benito,
15-10-2010

jueves, 14 de octubre de 2010

ERAN HORAS DE SIESTA...

Eran horas de siesta, la calle era amarilla
mientras paseamos juntos, se oían las cigarras
doler y te hacía gracia, tú fuiste muy de eso,
decir que hay que sudar si la ciudad roncara.

En las rectas más largas, las avenidas, las
calles más desertadas, manos en los bolsillos
y hacías frente al sol, daba miedo el fenómeno
estallido en tus uñas, cristal contra cristal.

En diferentes sitios hacías la misma cosa,
siempre puesta a la sombra, enfrente de los árboles
aislados como letras, no sabíamos quién
pudiera habernos visto ni importaba.

Hacías lecho los dedos, un cuenco para el agua
que –era verano- nos caía desde arriba,
residuos de los cubos de aire acondicionado.
“Pienso no beber esto” decías, y te mirabas

los ojos puntos fijos en su temblor de ondas.
Dos gorriones se huyen y se deshizo el gesto
reflejo en gravedad y gotas desiguales,
puntillismo en el suelo que se enjuga y se va.

Otro día, hoy, de sol yo casi te recuerdo
Y no digo tu nombre porque se me caen los dientes,
la atmósfera estridencia no ha cambiado una brizna
de aire pero no está tu sutil caracol.

Aunque recuerdo igual aquel refugio instante
en la siesta sin ti me fijo en otras cosas.

Hojas al vuelo van tantas bolsas en fila
vacías que da la hora de la estación vacía.


Tomás Vegas Sanabria (Badajoz 1987)

miércoles, 13 de octubre de 2010

DESPEDIDA A MIGUEL ÁNGEL VELASCO

No hay nada más bello que morir con 47 años en casa de tu madre (viva) y en tu ciudad natal. ¿De sobredosis?

En cualquier caso,
quiero expresar mi más sincero réquiem por Miguel Ángel Velasco (Palma de Mallorca, 1963-2010), el gran poeta metafísico español actual.

Leamos este poema suyo, de La miel salvaje (2003):



EL HUMO DEL CIGARRO

Miras a contraluz el suelto hilo
que se devana en fáciles volutas.
Y en esa transparente arquitectura
reconoces un ritmo, el equilibrio
de una danza precisa.

Y te dices que el humo tiene un orden,
un concertado pulso que edifica
su liviana columna.

El mismo que gobierna
la rotación de antiguas nebulosas,
el latido puntual de las mareas
y el de tu corazón, desafiando
el peso de la tierra.

Se consume la brasa,
pero se prende el denodado estambre
al rizo de su vuelo, y multiplica
en la sutura de las altas pérgolas
esa ufana corola necesaria.
Lo que nunca será de la ceniza.


Miguel Ángel Velasco



*Y él nunca será de la ceniza, porque vive en estos versos.

S. XXI (patada informática)

cuelgo el teléfono
llueve sobre nieve quemada,
y los lobos se camuflan entre peatones
(o los peatones entre lobos)
hoy dejamos que las calles nos arrastren
y no deseamos saber por qué.

al tercer compás
la fibra óptica
se rompe

y no hay llave
para cajas blindadas

todos saben
que sangramos electricidad
al destrozarnos por email


Ane González Ruiz de Lerramendi (Donosti 1991)

SABEMOS ESPERAR...

sabemos esperar
ignorando el hastío
porque nos cortaron
las fiebres del invierno

no hay cepo para el ratón experimentado


Ane González Ruiz de Lerramendi (Donosti 1991)

LA NOCHE FERMENTADA...

La noche fermentada sobre las colinas.
El ojo, los huesos, la sangre que es camino
en esta tierra blanda, aguja impenetrable,
y dura, asesina, entra en la hierba seca del otoño.
El cáliz, aquí, los cuerpos de bronce,
las estatuas pálidas
que son residuos del día
muriendo aún más largamente.
El tedio de la pregunta congelada,
y la raíz, la raíz de la respuesta,
y los latidos tan calientes y el fulgor del aire.
Es el viento. Es la lluvia. Es la niebla.

Oscura mano
detenida en el silencio del ángulo,
la calle gira a la derecha
y quién está tras este vino de pasos solitarios.

El poema es nuestro canto: este reloj
que va parando la tierra en su latido,
su latido ardiente y estepario. Es llanura
la flor del silencio, la flor de la sola noche
hacia otra noche sola,
la flor del olvido que se mece
y termina en este instante,
instante árido,
minuto trémulo,
coronación del tiempo
que va sonando en las ventanas de la noche.

Y os miro como dioses extinguidos,
y no sabéis cuán bella es esta luz
porque no conocéis este camino
bajo los árboles parados de la noche
y la lenta ternura del eclipse.



Luis Llorente Benito
13-10-2010 (se lo dedico al dios de la noche y del alcohol)

martes, 12 de octubre de 2010

EPITAFIO SIN AMOR

Mientras vivió, permaneció en lo alto.
Hoy quedan retratos pisoteados,
libros y panegíricos,
y algo como un horror en la conciencia
colectiva. Su nombre, por fortuna,
ha pasado a la historia para ser
ira, desprecio, escándalo
de las generaciones,
y aún dura en las cloacas de aquel tiempo sombrío.
Pero la maquinaria que creó
no dura. Pieza a pieza, el engranaje
fue destruido sin piedad.

Un viento popular barrió las vigas
carcomidas, el moho, las distancias,
y en el silencio que quedara en pie
fue posible por fin la primavera.


Carlos Sahagún

viernes, 8 de octubre de 2010

SI EL MAR FUERA UNA CASA

Si el mar fuera una casa
donde sentir el viento,
el viento en las ventanas
y la humedad fingida de la noche.
Si esa palabra que no pronuncio ahora
sirviera otro día a los labios y a los barcos sin memoria.
Amar es conjugar el verbo de la duda
y destejer la piel de la mirada,
desnudarse en el asombro,
abandonar la carne o empezarla.

Recorrer el reloj como recordar un disco de jazz olvidado.
Mirarme al espejo y no reconocerme.


Luis Llorente Benito,
de La madera humedecida (agosto-noviembre 2009), inédito

LA SERPIENTE ESTÁ NEVADA

La serpiente está nevada.
Los relojes, parados. De la tarde
una pregunta sucede a otra pregunta,
y un pájaro a otro pájaro sucede
(no saben hacia dónde huir cuando el bosque está incendiado).

Y el amor
es esta antorcha
o esta caja transparente donde guardo mi sombra.


Luis Llorente Benito, de Figuras errantes (junio-julio 2009), inédito

QUÉ ME DICES DEL OLVIDO

Qué me dices del olvido. Sólo llega
cuando sabe que la luz
no puede recorrer todas las calles de la íntima memoria
ni enviar al ocaso
el estruendo o territorio de una profecía sin límite,
como una aguja que se va clavando en la carne de Dios.

Pero el sepulcro del pájaro sin ojos es tu nombre.
Cómo aquí existimos todavía.


Luis Llorente Benito,
de Figuras errantes (junio-julio 2009), inédito

V

Como la palabra primera de un niño
que nombra el mundo
porque empieza a conocer.
Inocente y débil,
surge la luz en este espacio íntimo.
Como un tenue rumor que aparece pronto.
Como las líneas de un dibujo recién comenzado.

El poema es el origen de la voz.


Luis Llorente Benito,
de La rutina de la nieve (abril-junio 2009), editado en 2010

XV

Palabras devoradas
como tu cuerpo,
que tiembla a veces.
                               Y ese temblor
es el frío inmenso de la nieve,
el pequeño fuego que no quema
en las alas del murciélago escondido
como los ojos de la noche:
la pregunta inútil
que reconoce el olvido
y sabe que no hay suficientes cadáveres de luna
para encender la luz.
                                Ahora estoy aquí
como una sombra,
invocándote en el silencio de sabernos perdidos
como barcos en la niebla,
claridad inaccesible o difícil transparencia,
abandonado crepúsculo traspasado.

Dime qué ocurre aquí
para que la memoria me traiga tu nombre
como un mensaje antiguo.


Luis Llorente Benito,
de La rutina de la nieve (abril-junio 2009), editado en 2010

XIX

La tarde se escapa por la ventana.
Quedamos nosotros,
juntos en la rutina de la nieve.
Queda el hechizo.
Queda el cuerpo.
Queda el resplandor.


Luis Llorente Benito,
de La rutina de la nieve (abril-junio 2009), editado en 2010

LA VERDAD EN MÍ

La verdad es un pájaro que escuch,
la mirada inocente de una niña,
el temblor de un ángel en el borde de la luz,
la respuesta inédita a la pregunta sin tregua,
el pronombre repetido que se refiere a ti.

La verdad es tu nombre insepulto en las orillas de Dios,
tu cuerpo abandonado y sin reloj,
el grito abandonado tras la lluvia.

La verdad es la voz extinta que todavía se oye
entre las paredes del templo,
el aullido del lobo que se aleja,
el sonido azul que se acerca lentamente,
el río sin agua y el jardín cerrado
donde el amor es una fuente de mármol.

La verdad es el silencio de la estatua,
su mutismo de acero inoxidable,
su perpleja estancia perpetua,
la eternidad que la luna nombra
porque se atreve a desnudarse.

La verdad es saber que estamos aquí
para encontrar la luz. En la esfera
del tiempo, en el círculo de fuego
que inventamos. En la sonrisa
que dibuja el viento.

En el resplandor efímero que estamos escribiendo.

La verdad es el rumor del mundo
en la inquieta sospecha enamorada,
en la frágil llama que tarda en apagarse,
en la flor inmarcesible
que anuncia el clamor alegre de la tierra.

La verdad es el cielo de tus ojos
cuando saben que el miedo no existe.
La verdad es el olvido de saberse vivo,
la memoria perdida o el insomnio
de una noche de marzo.
                                     La verdad es tumbarse aquí,
en este lecho abandonado,
y escuchar la luz enredada en el canto de los pájaros,
bañada en la belleza del desorden,
y entregarse al sueño como un abrazo inocente.

La verdad es caminar por esta línea
y no caerse (como el trapecista por la cuerda floja),
encontrando el sendero prometido:
caminar
con la certeza de saber
que la luz
está conmigo.


Luis Llorente Benito,
de La rutina de la nieve (abril-junio 2009), editado en 2010

SI PUDIERA RECORDAR

Si pudiera recordar
todos los rostros que han ido pasando por mi juventud,
toda la gente olvidada y todas las caras perdidas
que ya nadie recuerda y que yo no soy ahora y tampoco recuerdo.
No sé si estamos cerca de la nada
o todavía nos queda luz. En el puente
cortado por la lluvia
el pasado era un cadáver dulce
y el futuro un espejo sin resolver.
Sin descifrar el camino. Porque en la nieve
aún había fuego
y en la estatua de la memoria
la inmovilidad perturbada quería latir
como casi siempre una sonrisa que no puede dibujarse.
Amanecer de nuevo
en la duda que creía extinguida
y acordarme de ti
como un ejercicio de dolor absurdo.
Tal vez ahora
la distancia sea un túnel sin salida
(porque en el fondo no hay nada y siempre es tarde
al final de toda alucinación abierta a ti
y sobrevenida como una tierra baldía
o como una rama seca.)
Pero las piedras del crepúsculo
me obligan a pensar en ti, y no quiero.
Pero la tarde es un paisaje de ceniza.
Sé que me escuchas ahora
y que sabes que en el fondo me gusta esta rutina:
hacerme daño y que mis manos sangren
y me duelan los ojos de tanto mirarte.
Pero en las ruinas no hay olvido porque están siempre presentes.
Tal vez ahora
no necesites más poemas para cerrar la puerta.
La casa estaba fría y las luces apagadas,
y el calor de tu cuerpo era mentira.

Anoche me desvelé de nuevo
y le di las gracias al insomnio.
A las cinco de la madrugada ya no podía volver a dormir.
Fui a dar un paseo por la ciudad.
(Esta mañana
me he tumbado en un banco de piedra
de la plaza de Anaya,
y he mirado al cielo,
y he levantado un brazo,
y he señalado a las nubes con el dedo índice
en un rapto de silencio, de luz y de aire.
Y he sentido algo que no puedo explicar.)


Luis Llorente Benito,
de La rutina de la nieve (abril-junio 2009), editado en 2010

LOS FUNCIONARIOS

Vosotros, o la lluvia,
o la sonrisa de paredes indefensas,
o mi descanso ciego,
o el mundo sordo y el teléfono sonando,
sonámbulo, ebrio, tan solo
que casi muere solo, y el instante
tímido, y la voz
oscura y temblando (el agua en las manos,
el aire envuelto en aire),
lo oscuro de la voz,
la voz oscura y temblando,
dime entonces quién eres,
decidme entonces quiénes sóis
mientras me quejo del abismo.


                                           Luis Llorente
(8-10-2010, escrito en la cola del Banco)

jueves, 7 de octubre de 2010

El ímpetu cruel de mi destino

El ímpetu cruel de mi destino
¡cómo me arroja miserablemente
de tierra en tierra, de una en otra gente,
cerrando a mi quietud siempre el camino!

¡Oh, si de tanto mal grave y contino,
roto su velo mísero y doliente,
el alma, con un vuelo diligente,
volviese a la región de donde vino!

Iríame por el cielo en compañía
del alma de algún caro y dulce amigo,
con quien hice común acá mi suerte.

¡Oh, qué montón de cosas le diría,
cuáles y cuántas, sin temer castigo
de fortuna, de amor, de tiempo y muerte!


                                              Francisco de Aldana
(sí, pongo un soneto renacentista: en este caso me identifico con el tema)

LA NOCHE

Es un oro imposible de comprender, un acabado
silencio que renace y se incorpora.
Las manos de la noche buscan el aire, el aire
se olvida sobre el mar,
el mar cerrado,
el mar,
solo en la noche, envuelto
en su gran soledad,
el hondo mar agonizando en vano...
El mar oliendo a algas moribundas y al sol,
la arena a musgo, a cielo, el cielo
a estrellas. La alta noche sin voces
deviniendo en sí misma, inagotada y plena,
es la mujer total con los ojos serenos
y el hombre silencioso olvidado en la playa,
el alto, el poderoso, el triste,
el que contempla,
conoce su poder que crea, ordena el mundo,
se vuelve a su conciencia que da fe de las cosas,
y el haz de los sentidos le limita la noche.

Concédeme esos cielos, esos mundos dormidos,
el peso del silencio, ese arco, ese abandono,
enciéndeme las manos,
ahóndame la vida
con la dádiva dulce que te pido.
Dame la luz sombría, apasionada y firme
de esos cielos lejanos, la armonía
de esos mundos sellados,
dame el límite mudo, el detenido
contorno de esas lunas de sombra,
su contenido canto.
Tú, el negado, da todo,
tú, el poderoso, pide,
tú, el silencioso, dame la dádiva duulcísima
de esa miel inmediata y sin sentido.


                                     Idea Vilariño

miércoles, 6 de octubre de 2010

LOS AMIGOS QUE SE FUERON Y NO VUELVEN

Los amigos que se fueron y no vuelven.
Las cortinas de la selva virgen.
Yo estoy aquí, anuncio mi paso
hacia la noche de batallas de hielo.
Yo camino
y el camino me camina entre los dedos,
y la casa está muerta, sola,
triste en el jabón de los silencios
y en los rostros destrozados de la vida.
Madrugada de noches y de luces,
de caminos que se anudan en tu vientre.
Y camino, yo camino, y solo, y tanta música.
Y pero ahora la niebla está presente
como muerto animal sobre la hierba.
Y las pompas de humo líquido
y el agua de las ruedas de las aves blancas.
Y yo te pongo en este muro,
te coloco en mis grifos oxidados
y te siento renacer desde la espera,
tú, la sola, la húmeda y naciente
en las gafas del ciego entre mis hombros muertos.

Y cuánta luz ha sido desterrada.
Y el pulso de la sangre ya no escucha,
y mi padre tiene puertas que le salen de la boca,
puertas antiguas similares a la niebla.
Y llueve. Está lloviendo
porque esto es una lágrima
y yo me pregunto si hay tambores más oscuros.
Si hay cigarras en mi cuerpo
y escarabajos aplastados, si soy de ti
y te miro con la antigua destemplanza,
y hay un árbol que se duerme entre los dioses,
y una bestia rezando en el silencio
de una antigua madrugada, y te pido
que me eches el aliento
para ver a los cadáveres del mundo,
y la sola plaza se llenaba de amapolas,
y me cortas un limón en la garganta,
y te corto la esperanza en las heridas de la niebla,
y parto en dos este desierto de copíhues,
hacia nadie, hacia nadie muriendo,
soy y estoy aquí
en la vértebra de vuestros años desterrados.
Mirad muriendo,
miradme ahora, casa muerta
y espejismos vegetales. En la aurora
yo os he visto y os he muerto.
En la aurora yo os he visto y os he muerto.
Y me quedan madrugadas
escondidas en los labios,
traspasadas, disecadas como un muro.
Y ese muro era un tumulto de raíces,
y mi dios imposible y faraónico
aullaba entre los círculos cansados.
Y yo te miro. Y yo te amo.

Y mi camisa está sucia y mis ojos sangrando.


                                                        Luis Llorente Benito, septiembre 2010

*este poema lo escribí en absoluto estado de ebriedad, no en el sentido alcohólico -que también- sino poseído por un no sé qué (mi pensamiento recitaba llorando mientras escribía). Espero que os emocione, amigos.

POSESIÓN Y PERMANENCIA

No salirse del trazado pretendido.
Encontrar la lluvia y la palabra exacta.
Abrir los ojos al mundo invisible
y los pájaros son memoria de la luz,
son reloj y son distancia
inerte todavía.
La sencillez de lo sagrado y la ceguera visionaria.
La celeste mansedumbre.

La complejidad del árbol y su belleza transformada,
la infancia borrosa como un cuadro impresionista
o como una fotografía en sepia (aquellos muebles,
los objetos amados,
el pasillo y la inocencia de su anchura.)

Saberse derrotado, la geografía fugaz
de un paraíso antiguo.
La condición del desastre,
la metamorfosis de la niebla. Como una lágrima de sangre,
como una corona de espinas suplicando para saciar la sed.
La angustia del camino prometido.

Estas piedras doradas
y este vino amargo e inmoral:
la estabilidad del miedo
y la definición del tiempo.


                                              Luis Llorente Benito, junio 2009 (escrito en un momento de desequilibrio mental y poseído por una experiencia mística), perteneciente al poemario Figuras errantes (inédito)

SEPTIEMBRE Y BLUES

La nueva voz, no un poema.
El silencio en las lámparas dormidas.
Asómate a esta ventana, amigo,
mientras suena Muddy Watters.
(El patio interior.
El sucio corazón de una paloma.)
El blues que sangra
y es un cuaderno de páginas azules
en la mesa desierta. Y la casa vuelve
en su naciente desnudez temblando
hacia la lluvia: septiembre está aquí
como una cabaña que se encuentra
después de cien kilómetros de duda,
de temblores apagados y de soles ácidos
saliendo de farolas amarillas.

Ya es de día,
y la luz se extiende en este canto.

Eres tú, la cortesana del templo:
tengo que mimarte.
Al compás del blues que está gritando
sí, lo reconozco, me gusta este poema.


                                          Luis Llorente Benito, septiembre 2010

ESCUPO A LA LUZ

Escupo a la luz
y el día se hace inmóvil.

Tu lengua se ha dormido con mi sed.

No tengo más pájaros en el bolsillo.
Ni más muerte en esta piedra.

No tengo más crepúsculos
ni más raíces en tu vientre.

Las raíces de la noche
que escuchan a tu cuerpo
respirando insomne.

Amaneces con mi lengua en los zapatos.
Y nadie tiene un verso para nadie.


                                                  Luis Llorente Benito, agosto 2010

VOLVED A LOS DESIERTOS

Volved a los desiertos,
poetas de túneles ausentes.
La palabra del poeta siempre es vana,
o casi siempre,
                       porque no toca el día
ni la noche
ni la pobreza cautiva de una sombra.

Su piel se desteje en abandono,
y va brillando la superficie de un desierto.

Por si rompe aquí la luna
volved a los desiertos,
y a sus tristes cavernas convertidas en fantasmas.

Quedarse en las palabras:
patria del poeta; yo me quedo aquí
por siempre o por nunca
instalado en el maleficio del silencio.

Quemarse en las palabras,
y la espera que mientras es refugio,
alado refugio,
refugio aquí para una sombra.

Quemarse en las palabras
mientras duran,
                        y la casa era esto
y nosotros somos
este túnel sagrado
para alcanzar la luz en el poema.

Quemarse en las palabras
y ser sólo el fuego.


                                     Luis Llorente Benito, agosto 2010

HUELLAS EN LA NIEVE

Las huellas en la nieve
de alguien que pasó
dejando su calor
lento como una despedida.

Dame un alma ignorante, un cuerpo ajeno.

Ayúdame a sentir la luz,
su furia desatada,
su desierto íntimo.
                            Tenderse ahora
es fácil,
tumbarse en ti
sabiendo que me escuchas
y que el eco de la lluvia ya no puede mordernos.

Porque somos un instante respirable.
Porque escucho tu gemido
imantado como una cruz.

Porque hemos vencido enteramente
y tu aliento es amarillo
y tu piel no parece de la noche.


Luis Llorente Benito,
de La rutina de la nieve (abril-junio 2009), editado en 2010

*el intertexto (en cursiva) es un verso de Juan Gil-Albert

A. C. A. DEBUSSY

Sonidos y perfumes, Claudio Aquiles,
giran al aire de la noche hermosa.
Tú sabes dónde yerra un son de rosa,
una fragancia rara de añafiles

con sordina, de crótalos sutiles
y luna de guitarras. Perezosa
tu orquesta, mariposa a mariposa,
hasta noventa te abren sus atriles.

Iberia, Andalucía, España en sueños,
lentas Granadas, frágiles Sevillas,
Giraldas tres por ocho, altas Comares.

Y metales en flor, celestes leños
elevan al nivel de las mejillas
lágrimas de claveles y azahares.


                                              Gerardo Diego
                                              De Alondra de verdad (1941)

CARBÓN

Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir
mi Lebu en dos mitades de fragancia, lo escucho,
lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces,
cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento
como una arteria más entre mis sienes y mi almohada.

Es él. Está lloviendo.
Es él. Mi padre viene mojado. Es un olor
a caballo mojado. Es Juan Antonio
Rojas sobre un caballo atravesando un río.
No hay novedad. La noche torrencial se derrumba
como mina inundada, y un rayo la estremece.

Madre, ya va a llegar: abramos el portón,
dame esa luz, yo quiero recibirlo
antes que mis hermanos. Déjame que le lleve un buen vaso de vino
para que se reponga, y me estreche en un beso,
y me clave las púas de su barba.

Ahí viene el hombre, ahí viene
embarrado, enrabiado contra la desventura, furioso
contra la explotación, muerto de hambre, allí viene
debajo de su poncho de Castilla.

Ah, minero inmortal, ésta es tu casa
de roble, que tú mismo construiste. Adelante:
te he venido a esperar, yo soy el séptimo
de tus hijos. No importa
que hayan pasado tantas estrellas por el cielo de estos años,
que hayamos enterrado a tu mujer en un terrible agosto,
porque tú y ella estáis multiplicados. No
importa que la noche nos haya sido negra
por igual a los dos.

                              Pasa, no estés ahí
                              mirándome, sin verme, debajo de la lluvia.


                                   Gonzalo Rojas, de Materia de testamento (Hiperión)

EL ESPEJO

Con los ojos vendados nos miramos
cada día delante de un espejo
para ser sólo imágenes
nuestras que no veremos.

Desfilamos, retratos fidelísimos,
copias exactas, calcos o reflejos,
resbalamos por aguas espejeantes
como narcisos ciegos.

Debo de ser la sombra, los perfiles,
la refracción de ese cristal o hielo;
debe ser el doble repetido,
el náufrago en el fondo de ese sueño.

Qué culto extraño ante el cristal, la luna,
de extraterresdtre, de astronauta muerto,
girando sin sentido
en la órbita cerrada por el pecho.
Qué culto extraño para
sentirnos sólo luminoso eco
de nuestra propia realidad corpórea,
mitología del agonizamiento,
liturgia de pantallas sucesivas,
idolatrización de reverbero.

Sólo somos figuras proyectadas
sobre un cristal, pero jamás nos vemos.


                                        Leopoldo de Luis,
de Igual que guantes grises (1979)

martes, 5 de octubre de 2010

MI CASA, MI GENTE, MI TIERRA (audio, en la voz del propio Octavio Paz!)

http://www.youtube.com/watch?v=NOczb5ORNl0

Simplemente sublime.

CUANDO EL MUNDO ES PUESTO EN DUDA

Entre verso y verso se instala una pausa
donde el mundo es puesto en duda: entonces
pongo mi amarga cabeza a circular por el jardín.
Busco un rumor terrenal
a un costado de la escritura consciente.
Palpo un higo maduro, una dalia inclinada
por el peso del agua
hacia este oscuro planeta. No residen aquí,
en estos suaves acuerdos, las negaciones
de la existencia, su sonido negro. Al pie del muro
un susurro de violetas, la humedad feliz
de la vida individual. Del otro lado
los días de la muchedumbre se alza los puños
poseída por un conocimiento decisivo. Estas cosas
han optado por sí mismas. Toman la tierra
por asalto, la fecundan con un sentido
que me estoy debiendo. Ahora suena un disparo:
¿debo elegir? ¿Mentir en la oscuridad de mi habitación?
¿Cómo ser exacto? La época apresura su pánico
dentro de mi cabeza, allí
donde un aullido oscila oscuramente
de un extremo a otro de lo desconocido.


Joaquín O. Giannuzzi
De Violín obligado (1984), en Antología poética (Visor)

CAFÉ LLENO DE MILITARES EN RUANDA

El joven Don Juan de brazo al pecho
(a causa de un dedo vendado)
inclina las barbas sobre la mesa de al lado
en una insistencia pública de macho
que se obstina en conversar con la muchacha
(en el dedo la alianza, azul en torno de los ojos)
que escribe cartas y lo espanta con furia.

Otro llega y se sienta lejos.
Cara afeitada, pelo afeitado, hombros erguidos,
es de los que apoyan la barbilla en las manos,
y entre el humo lento del cigarro
lanzan su mirar fijo hacia la presa
es suya, es suya, dicen los ojos tensos.

En otra mesa, tres o cuatro uniformados miran
de reojo, mientras hablan vagamente atentos,
y los ojos difíciles de soslayo le quitan
la poca ropa a la que escribe en la mesa.

Hecho ya su papel para que conste,
oh aires de jamelgo... otras a la espera,
el Don Juan habla con su criado de la víctima,
que salió de pronto. Se ríen ambos.

Cuando ella se iba, dos pesados
entraron y se sentaron en la mesa
del que se quedó mirando el espacio abierto
por la partida de ella. Alguien dice que él no oye.

Mesándose la barba, con el brazo al pecho,
se va el vencido (pagará una puta,
para contar mañana cómo durmió con ésta).

Los otros tres, más tarde, en casa, en el retrete,
van a masturbarse pensando en ella (y volverán
mañana al café para contar
una gran conquista que todos hicieron).


Jorge de Sena (Lisboa 1919-Santa Bárbara, California, 1978), traducido por José Ángel Cilleruelo.
En Antología poética (Calambur)

USTEDES

Ustedes no conocen la poesía
desde este ángulo,
ni su inexacto brillo
que insiste en prolongarse, en durar
más allá de la palabra desertora.
Y es el cuerpo o la casa
lo que conoce el fuego,
y esa sombra que se aleja,
y esos ojos que no miran
tras la desnudez de su retina.

Ustedes han pisado este poema
con las mismas palabras
que un día se inventaron en el vértigo,
y si quieren cabe una sonrisa
tras la lluvia de distancias paralelas,
tras la piedra que renace en cada sitio,
tras mis manos mojadas y ateridas
inventando otra escena,

y se oculta la sed
para disimular
                      el extraño deseo de esos labios,

y para que ustedes al mirarse
y recorrer con su lengua
cada una de sus caras ácidas,

sientan un ligero cosquilleo
mientras la página fluye
y lo llamen poesía.


Luis Llorente Benito, agosto 2010

OUT OF REACH

I

Toda la noche he abierto la puerta
preguntando quién es, quién
ha olvidado este maligno ovillo, desde qué sueño ácido
me alcanzan las manos o algas temblorosas.
Toda la noche ha rechinado el pecho,
han cantado las hojas como lanzas, han hablado
los muertos alrededor de su cena inolvidable.
Las luces
sólamente encubrían,
yo me ahogaba en embarcaderos de risa o era alguien
chapoteando en la ciénaga evidente.
Quién es, quién
eres.
(Las horas
siguen moliendo sin pausa su arroz mojado).

En las venas se acendra la distancia. Como un arco, tenso
la esperanza de encontrar en mí mismo al otro, al extraño
pajarero inmaculado que me salve de mí. De quién
en este instante.

                                                                Jorge Riechmann
De La verdad es un fuego donde ardemos (1981-1984)
en El aprendizaje de lo inesperado. Antología personal 1979-2005 (edición digital)

DOS REMBRANDT

Con grumos ocres pudo el viejo Rembrandt
pintar su último rostro. Es un autorretrato
en su final. Hecho de encargo
para un joven pintor de 34.
(El mismo Rembrandt visto en otra cara).

Puestos cerca esos cuadros
muestran en igual pose las dos bocas,
unos intensos o vagos,
las manos juntas en el aire
y el tacto de colores
con hondas luces que se rompen
en sordos sollozos apagados...

Rembrandt en la vejez, al dibujarse
supo ser objetivo. No interfiere
en los estragos de su vida,
ve lo que fue, no afiade, no lamenta.
Su alma sólo nos busca por espejo
y sin pedirnos saldo
se acerca en sus dos rostros,
pero quién al mirarnos no se quema?


Eugenio Montejo (Caracas 1938-Valencia, Venezuela, 2008)

CABARET MODERNISTA

La ciudad proyectaba esta tragedia
al inicio del otoño
con el paisaje de los cafés soñolientos
recién llegada la noche
en las almas despobladas. Eran todos
los mismos personajes de novela
en otra hotra muerta pero un poco
románticos y viejos.
Conformaba
el acto y la parábola
aquella singladura de cualquier extranjero
que nombrara los días en los que fuimos
islas cercadas por la fiebre del otoño.
Solitarios ojos de dama
que alguien recordaba tristes o azules en enero
eran ahora un río perdido.
La diletancia cercaba
semejante metamorfosis.

En lo más profundo de los vasos la evocación al mito
en la otra orilla de la noche que se abría
por caminos de gárgolas.
Los pasos
dejaban una estela de carcajadas.
Y el arte de magia de aquel telón
que nunca cae dejaba embelesado
a tan glorioso público.
Así se deslizaba el tiempo en calendarios
con lámina de algún impresionista francés
donde medir los días que caían
como lluvia incesante
en sus grises corazones.


                             Ramiro Fonte,
de As ciudades de nada (1983)

EL OTRO

Acuérdate.
           Recuerdo el frío malo
mordiendo los tobillos como un perro
violento y caprichoso, y las lentísimas calles
salpicadas de tiempo detenido.
Una noche de invierno me fugué de mi casa.
Durante algunas horas tuve el mundo en mi mano:
quebraría el destino como el vaso caliente
que recibe un embate de agua fría.
Duró poco y no tuvo consecuencias;
son cosas de la edad, dijo mi madre.
Pero fue una experiencia extraordinaria.
Probé por primera vez el tamaño de las cosas,
y por eso aprendí mi verdadero tamaño.
Ya de vuelta, en la cama humillada por la huida,
en mi cuerpo dormía otra persona.
El que había probado para siempre
la fruta del dolor, la miel amarga.


Juan Manuel Villalba (Madrid, 1964)
de Todo lo contrario (Pre-Textos, Valencia, 1997)

LIBRO

Sólo puedo leer tu cara, huenún jaime luis,
sietemesino feo, sólo
puedo leer tu mitad hijo,
tu mitad hueso y calavera encarnada
tu débil número negativo
hecho de cuarteada eternidad
                                             y carne.

Sólo puedo leer tu mitad
padre, hermano, aquel
que diariamente sale a conseguir
una mísera ración de estrellas, exiguo alimento
de palabras que no saben todavía ni
siquiera balbucear.

Sólo puedo leer al lado de Otro,
sólo junto a los conjuntos rotos de tu madre,
sólo solitario pero nunca solo,
mal ladrón de la blancura de las Páginas.

Sólo puedo leerte juntando las letras
al pie de un título de un poema de Tu Fu.

Sólo puedo tu raíz falsa, huenún
jaime luis, hombre
o duende porfiado o malo de la cabeza,
sólo puedo leer la mitad
del aire que te hace viejo,
la otra mitad la ganas
con el sudor de tus ojos
y aquello
no tiene explicación en mi
                                        alfabeto.


Jaime Luis Huenún (Valdivia, Chile, 1967)
De Ceremonias (1999)

LOS NIÑOS

Para ellos la tarde ha reservado una luz eterna
en la fonda cambiante de los parques.
Para ellos vuelan en círculo las aves del día,
y una música nace precediendo la noche
de las calladas colinas.
Ellos han visto el arcoiris en el fondo del valle,
donde el año ha dado a los árboles un denso tinte rojo,
donde las nubes organizan la fulgurante coronación de un rey.
Ellos conocen el movimiento de las flores,
el rumbo de los insectos,
la desaparición lenta de la luz entre las yerbas.

En sus ojos se va ocultando el día
con el canto de las cigarras.
Ellos viven dentro del secreto del mundo,
como dentro de la música de un arpa.
En su alegría la tarde mueve sus últimos ramajes,
y ellos comienzan a sentir que la noche nace de su corazón.


                                                                   Vicente Gerbasi
                                                                   De Los espacios cálidos (1952)
                                                                   en Antología poética (Monte Ávila editores)

lunes, 4 de octubre de 2010

CÓMO HABLAR DE UNA NOCHE...

Cómo hablar de una noche en el poema
y que la noche se parezca a lo que fue.
Lo que era, lo que hubiera sido
en el temblor de unos labios, en la persecución
de un cuerpo, en la evidencia
de una sombra o en el injusto precio del deseo.
En la casa del amor baldío y en los naufragios premeditados.
Anoche hablé con la muerte, me encerré contigo
para apretar el gatillo de la luz. Una pistola sin balas,
un perro con mordaza,
una ventana con rejas
para no tirarse al vacío (alguien puso rejas,
quién quiso que el camino fuera largo).

Cómo hablar de una noche
oscura como el alma
y ya lejos (de qué color es la distancia,
qué forma tienen tus alas y tu vuelo).

Al aire se enfrenta una voz antigua,
se arroja un ojo a una llama casi extinta.

Qué noche se ha quedado entre nosotros,
colgando como una cuerda
de un párpado doliente.


                                                Luis Llorente Benito (abril 2010)
                                                (De un poemario preparado para publicar en 2011)

PARA ESTAR DESNUDO...

Para estar desnudo
en la yerta calma del olvido.
Cierro los ojos para ver
los jardines antiguos de la infancia,
la ciudad que fue muriendo
en los relojes destruidos,
donde las sombras se abrazan y deshacen
en la tierra lenta de la tarde: congeladas
se aman para mirar
los latidos azules del viento tan triste,
oscuro en la ventana y salvajemente profanado,
y los árboles que tiemblan como cuerpos juveniles.

Cierro los ojos
para ver las rosas del invierno,
que llegará para afirmar su voz en nuestro canto,
que vendrá en la casa con las luces apagadas,
y los huesos encendidos de la espera,
y los cadáveres intactos
renaciendo desde el fuego.
(Y la sangre es un espejo clavado en la tierra.)
Y las uñas de la muerte están dormidas,
y un silencio de algodones cubre la noche
siempre ebria, y aprendida
con estos ojos cerrados
en esta calma yerta hacia la vida,
en el salón tan viejo
donde sentados y reunidos
mirábamos la esperanza llegar,
en esa hora del regreso y la familia,
en la búsqueda o derrota
de ese centro inalterable por nosotros,
de esos cielos amarillos
donde aprendimos el olor de la luz
con la certera aprobación del mar.

Nuestro viaje que se acaba
o quizá permanece todavía:
un perfume que brilla entre las sombras,
un sonido que se aleja y anuncia la distancia,
un silencio compartido en las estatuas
mutiladas por la hiedra.


                                            Luis Llorente Benito, septiembre 2010
                                            (De un poemario en proceso)

DESPUÉS DE ESTA NOCHE

Después de esta noche has comprendido
que siempre es breve aquello que perdura,
que no hay lugares interiores
sino el frío de desvanes sumergidos,
que hay demasiado silencio en el pasillo
donde habla la conciencia y su demonio,
que hay animales con hambre malgastando el vino de esta tierra,
que hay ciudades que se nutren del hastío
y ataúdes donde crece la vergüenza,

que la casa estaba helada
y siempre hemos estado aquí
diciendo ingeniosas tonterías,

que tu nombre lo repiten los desiertos
y en el viento de tu voz mis palabras se detienen,
que no hay insectos tras la lluvia
sino cuerpos ensayando su belleza,

que no hay derrota en el instante
sino el fuego eterno de quien mira.


                                       Luis Llorente Benito, agosto 2010
                                       (De un poemario en proceso)

UN TELÉFONO...

                            Eres el dios reciente y amarillo.
                                                             A. GIRRI

Un teléfono sonando en el vacío
es el enjambre más preciso de la muerte.
O la vida que desata su indecisa permanencia,
su celeste aurora
restallando en los metales oxidados
como dientes ácidos
clavándose en la lluvia.
Solemne nitidez de la memoria
disparando espejos en la ciudad vacía,
donde el cuerpo nace y se acuerda de la tierra.

Los que conocen
el fulgor de esa palabra
han mirado más allá de las ruinas,
han visto madrugadas llenarse de raíces,
y los ojos afilando sus cuchillos,
y la vida rebuscando en sus refugios:
la celeste aurora
de nuestra desolada podredumbre.


                                          Luis Llorente Benito, septiembre 2010
                                          (de un poemario en proceso)

OTRO POEMA

Otro poema en el reloj desnudo
empieza a irse. Otro poema
bañado por el aire del amor,
su huella, su fugaz mensaje,
su luz
que nos deja sordos.
                                Existimos en la noche
de dorada mansedumbre,
y su comienzo es un gesto
perseguido por el duende, tan sólo
por el trazado de su sangre,
su perfección azul,
su hielo a destiempo y su mundo de árida nostalgia.

Existimos en el cántico del mundo.


Luis Llorente Benito (julio 2010)
*De un poemario terminado y corregido, cuyo título me reservo hasta que se publique.

CRUZAR LA TARDE

Cruzar la tarde todavía
como un pájaro negado por los dioses.
El destello en su templanza:
cuerpo saliendo de la tierra.
Mirad vuestros pasos
despojados de la sangre, despojados
de la carne de donde salieron
para alcanzar el grito en la nostalgia.
No temáis
esta mudanza tan alta
que se duerme hacia la noche,
que se gira
y reposa en esta desnudez,
en esta calma tan extensa.

Aquí hay un árbol, delante de mis ojos.
Y puedo traspasarlo, y la luz está
en nosotros
para ti siempre extinguida,
dios inexacto de la muerte
que proteges tu regazo en los desiertos.

El campo es nuestro.


Luis Llorente Benito (septiembre 2010)
*De un poemario en proceso

Poema X de "La rutina de la nieve"

La sangre nos escucha.
La sangre es esta luz no reconocida,
encontrada por el gusano que salía de la tierra
mientras tú repetías las sílabas
de ese mundo balbuciente que quedaba.
Sólo entonces
una puerta se abrió para decirte que entraras
y tú aceptaste. Entraste sin saber
que la sangre te escuchaba,
con la inocencia de un niño que aprende
sin saber que está aprendiendo.

Inocente de ti,
los pájaros de la noche enfermaron
y tuvieron que derramar toda la luz porque no había remedio.

El fuego de tus ojos se convirtió en huracán
y no pude avisarte a tiempo
para que no cayeras en la trampa.

Aquella sangre olía a ocubre.


Luis Llorente Benito (mayo 2009)

Poema XXXII de "La rutina de la nieve"

La luz
tiembla como una despedida.
No puedo saber
la claridad exacta de la lluvia,
la distancia que recorro
entre el límite de tu cuerpo y la sonrisa de la niebla
que nos humedece y nos confirma
en este espacio sepultado
donde el tiempo sufre. La sed de tu nombre
y la lentitud de la tarde
en la música no nacida.
La fruta amarga nos espera.
Piensas en mí
y el fuego nos habita
en la frontera de la duda.
La casa nos acoge
y nos recibe su silencio
en los pasos dibujados por alguien que no está,
huidizos
al sur de tus olvidos,
al norte de tus manos.

Al oeste de todas las tormentas,
en la mirada de los perros,
en el rostro detrás de la cortina,
en el ruido de la puerta y su pregunta,
cuando los fantasmas del deseo reclaman ese beso.
En las huellas ya secadas -y eternas- del cemento.
En la alegría del crepúsculo saliendo de la ducha.
En el temblor del charco.
En la cresta de la ola
tres segundos antes de romper.

Quiero ser tu diciembre íntimo.

Abrazas la noche
y todo en ti es refugio.


Luis Llorente Benito (junio 2009)

EL VIENTO CIERRA

El viento cierra la ventana como duende fugitivo.
Hace justo un año
escribí un poema en esta habitación
destruida ahora por el peso de su nieve.
Como caverna de óxido y desastre, la luz
de la cortina amarillenta
en el rostro escupido en el espejo,
y mis manos clavadas en las paredes sucias.
La melancolía de la niebla y la música gris de la madera vieja.
Bendito salón, crepúsculo vencido:
las horas junto al fuego
en el fracaso particular
de un poema antiguo, extraño lenguaje
inexplorado. Yo estoy aquí,
y la luz y la música del viento.

Hay un libro de un poeta portugués,
una lámpara y un mirlo
cantando en el patio.
Los niños juegan. Soy viejo.
Son los niños de la última batalla,
compañeros de celda y de refugio.
El teléfono. El abrigo
en el límite impreciso del invierno:
todo futuro se congela un lunes.
Y es 4 de octubre y mis ojos no me bastan
para ver el mundo y su cadáver nómada.
Y algo tiembla entre las sombras
de la cortina desgarrada: qué fuego,
qué diaria batalla con el mundo,
qué huella en el silencio resplandece.

El lunes ácido me corta la garganta.


Luis Llorente Benito
(de un poemario en proceso)

LAS PUERTAS, LAS HORMIGAS, LOS MANTELES

Las puertas, las hormigas, los manteles.
El vino y los garbanzos y la lluvia en la ventana.
El otoño que vuelve desolado
y abre un surco en este surco:
es tan frío el día.
Los ojos de las nubes
escorándose hacia nadie. Mi voz
en la garganta destemplada:
jersey, zapatos y sombrero nuevo.

La nostalgia nos invade siempre.

Hay un principio de reforma,
una renuncia en esta luz.
Porque el exceso siempre es negativo.
Porque la soledad es un abismo de bocas amarillas.

Porque sólo el parque y la luz.
Porque sólo la lluvia del poema.


Luis Llorente Benito

SE CAE LA TARDE

Se cae la tarde
como cuerpo derrumbado.
Los pliegues indecisos del deseo.
Los árboles del parque, alta tierra sucia,
piedras de una calle que habitamos
como dioses en la casa del olvido.
Y ahí nace la sangre,
la sangre de mirar este destello
y perderse en las horas
para regresar
con la lumbre del sol en la mano.


Luis Llorente Benito, octubre 2010

ARCOIRIS

El verde de la luz tímida
de los tilos,
el amarillo solar
del canto matinal de los gallos,
el azul feliz de las uvas de Corinto,
el malva friolento de las primeras
violetas, el rojo
glorioso del grito de los halcones:
de norte a sur
era el arcoiris que rompía
en la mañana mojada,
era el invierno que se iba,
el viejo y soñoliento
invierno que partía:
desde la ventana
se ven las últimas barcas.


Eugénio de Andrade
(traducido por Ángel Campos Pámpano)

SI DE ESTE OTOÑO

Si de este otoño una hoja,
sólo una, se desprendiese
de su cabellera rubia,
soñolienta,
y sobre ella la mano
con el azul del aire escribiese
un nombre, solamente un nombre,
sería el más aéreo
de cuantos tiene la tierra,
la tierra caliente y tan avara
de alegría.


Eugénio de Andrade
(traducido por Á.C.P.)

EN MI PUERTA

En mi puerta se sienta otra vez
el invierno. Trae consigo
el mar. Está viejo
y delgado el mar, negro de crudo.
También trae árboles; ciegos
y sin ningún pájaro:
hasta sin viento se bambolean.
Me duelen sus hojas
boca abajo en la calle,
la respiración difícil.
¿Quién vendrá, injuriando el tiempo,
sacudiendo las gruesas
gotas de frío?
Sólo una sonrisa encendida
calentaría sus manos; del corazón
no hablo: no hay lumbre
que lo seque y lo haga nuevo.


Eugénio de Andrade
(traducido por Á.C.P.)

NO LLUEVE

No llueve aún pero la tierra
en su color frío y amarillento
huele ya a lluvia.
No podría vivir donde la luz
fuese extranjera. Tendría miedo
de morir sin compartir
con el sol del mediodía
la pulsación de la propia mirada.
No se puede cambiar de luz
como quien se cambia de camisa:
mi país
está donde la piedra encendida del mar
ilumina las verdas del corazón. Y la cal
resbala por los muros y por el tronco
de los olivos. Hasta el suelo.


Eugénio de Andrade
(traducido por Á.C.P.)

NADA

Nada, ni siquiera el verano
está completo. Menos aún el collar
de sílabas que, desvelado,
te pongo alrededor de la cintura.
Nunca me pediste más, nunca
te di otra cosa.
Cuando juntamos las manos olvidamos
que somos reos de nuestra inocencia.
Y sonreímos, ajenos
al sol que declina, a la estrella
del norte que sabemos al final.
El privilegio de la vida es este
silencio musical que desde tu mirada
cae en mis ojos
y vuelve a ti aumentado
por la luz de la mañana que barre el mar.


Eugénio de Andrade
(traducido por Á.C.P.)

ACERCA LA BOCA

Acerca la boca al manantial:
que no te importe
si es silencio sólo
lo que llega a tus oídos:
es música
también. Trata una vez más
de levantar la mano hasta el aliento
de la primera estrella,
la pupila atenta
al rumor de cada sílaba:
no tienes otro país, no tienes
otro cielo.
Con la boca, con los ojos,
con los dedos
procura tocar la tierra llena
de tu corazón.
Otra vez.


Eugénio de Andrade
(traducido por Ángel Campos Pámpano)

SIEMPRE EL AGUA

Siempre el agua me cantó en las tejas.
Habito donde sus caños,
sus bocas salen a chorro.
Las palabras que en el cántaro
la noche recoge y bebe
con agrado
saben a tierra por ser mías.
No soy de aquí y no os debo
nada, nadie
podrá negar la evidencia
de ser llama o agua,
fluir en lugar de ser piedra.
Perdonadme la transparencia.


Eugénio de Andrade (traducido por Á.C.P.)

COMO SI LA PIEDRA

Escucho como si la piedra
cantase. Como
si cantase en las manos del hombre.
Un rumor de sangre o ave
sube en el aire, canta con la piedra.
La piedra en sus manos
oscuras. Calentada
con su calor de hombre,
su ardor de hombre. Escucho
como si fuera la minúscula
luz mortal que de las entrañas
subiese a su garganta.
Su mortalidad
de hombre. Canta con la piedra.


Eugénio de Andrade
(traducido por Á.C.P.)

EL ESPÍRITU DEL OTOÑO

Tendré que hablar del espíritu del otoño
ahora que septiembre
ha llegado a su fin. (Espíritu
es palabra sospechosa: no hay
hipócrita que no se abrigue
a su sombra). ¿Será
la embriaguez? ¿El viento matinal
arrastrando hojas
muchachas canciones?
¿El soplo frío de las estrellas?
¿Será la belleza,
el espíritu del otoño? Hay un límite
para el hombre, un límite
para soportar el peso del mundo.
De la belleza, de la bárbara
orgullosa belleza, ¿quién sabe defenderse
sin miedo de que le reviente el corazón?


Eugénio de Andrade
(traducido por Á.C.P.)

AHORA VEO CLARO

Mi vida ya no cuenta su fábula y su origen:
la llama de dos alas encerrada en mi pecho,
la inocencia insultante, la confianza alocada,
el amor, la protesta, la libertad del aire
respirando en la anchura porque sí, sanamente,
la irrupción en el día con escándalo y gloria
como el rayo de veras pasa el cristal rompiendo,
manchando, alborotando, con luz de arista hiriendo.
Mi vida ya no canta su santa violencia,
su hermosa rebeldía pura y provocativa,
la pequeña tormenta central constituida
por un ave que vuela saliéndose de madre.

Mi vida ya no cuenta. La muerte me contempla
con sus ojos tranquilos. Si trato de explicarme,
sigue quieta y mirando, sin bien ni mal, remota.
Si lloro y, exaltado, me levanto hasta el canto,
aún me comprende menos, aún brilla más absorta.
Estoy en el instante que todo lo concentra.
Yo mismo me forjé mi destino. No vino
desde fuera mandando. Yo, sin querer, lo quise,
y llegué a lo que soy, necesario, aunque libre.
No cabe arrepentirse. Aquí estoy para siempre
en la luz sin mirada que me fija en su pausa
pensando, aunque no sirve, y hablando todavía.

Mi vida ya no cuenta. Pero el amor me queda.
Y entre tantas desgracias, y entre tantos fracasos,
me siento así salvado, feliz, incorruptible,
juvenilmente puro como un perpetuo incendio.
No es un amor abstracto. Tiene un nombre y un rostro.
No es un dios. Eres tú. Y es lo que en mí pusiste,
y ahora sobre nosotros junta los dos contrarios:
normalmente exigida, felizmente resuelta;
los deseos salvados que ya no son deseos,
la belleza insinuada tras el velo nocturno
y en ella cuanto quise, gloriosamente absuelto.

Mi vida ya no cuenta. Quizás esté nombrando
la muerte cuando hablo de mis más altas dichas.
Quizás amor, belleza– tú seas el silencio.
Cuando cojo tu rostro pequeño entre mis manos
y quisiera que hablaras, mas sé que es imposible;
cuando asciende la noche, y tú y yo nos quedamos
cada vez más abajo, suavemente olvidados,
dime qué es lo que piensas, dime si cuando pierdes
tu nombre es cuando empiezas a anunciarte de veras.
Amor, ¡oh calla en mí! La vida ya no cuenta.
La muerte nos contempla de muy cerca: la muerte
quizá sea la noche que muestra su belleza.




                                                       Gabriel Celaya,
                                                       del libro Cien poemas de un amor (1971)

FRÜHLING

A la república de la muerte Hitler le puso otro
nombre y así
es como suena en las lenguas todas de la belleza: Frühling
desde entonces,
saison ciega con el número
39 que no es aire
para repetirlo, ronco como estoy
ahora en New York esperándola
sigilosa y blanca que venga
pasada esta nieve en el temblor de
los cerezos.

                
                                          Gonzalo Rojas

domingo, 3 de octubre de 2010

CABEZA FINAL

Todas las ideologías le dieron de palos.
No conoció la alegría de lo posible.
La humillaron la historia del mundo
y la vergüenza de su país,
la calvicie, los dientes perdidos,
una oscuridad excavada bajo los ojos,
el fracaso personal de su lenguaje.
El obrero que respiró en su interior
ávido de oxígeno y universo continuo
dejó caer el martillo. Fue la razón
quien cegó sus propias ventanas. Pero tampoco
encontró en el delirio conclusión alguna.
Por eso, quizás no fue tan descortés
esa manera de negar el mundo al despedirse.
Sucedió así: vomitada
la náusea de la época,
y reposando sobre la última almohada
volvió hacia la pared
lo poco que quedaba de su rostro.


                                      Joaquín O. Giannuzzi (Buenos Aires, 1924-2002)

*Del poemario Cabeza final (1991), en Antología poética (Visor)

SOBRE EL MUERTO CONSIDERADO COMO UN CREADOR IMPERSONAL

El muerto no es capaz de su propia poesía;
jamás está a la altura de sí mismo.
A su alrededor se ha organizado
un silencio de vacía materia mental.
La fiebre terminó, la familia abre las ventanas
y en la cocina lavan la vajilla.
Él no es él, sino un creador impersonal
confiado en el peso de su papel protagónico.
Hasta que lo despide un alarido
cuando ya se ha vuelto absolutamente ajeno
a su propia importancia
y a la carga poética que ha impuesto a la escena.


Joaquín O. Giannuzzi

*Del poemario Principios de incertidumbre (1980), en Antología poética (Visor)

viernes, 1 de octubre de 2010

EL FANTASMA DEL POETA

Sobre tanta muerte memorable,
el poeta escribe versos
en la luz de esta casa oscurecida.
Conoce este lugar y la suerte le acompaña.
Camina por el pasillo
con los ojos bien vacíos,
y un día se encuentra
con una triste sombra que no le reconoce.
Con su cuerpo transparente
ensaya una escena
aprendida de memoria.
Tan callados sus ojos,
tan heroico su mutismo
en la tempestad sedienta de esta fosa:
parte hacia la nada y no sabe volver,
o quizá conoce perfectamente el camino de regreso
pero prefiere huir,
prefiere alejarse inventando otra muerte
para estar vivo en el acto de su entrega.


Luis Llorente Benito (agosto 2010)